domingo, 16 de octubre de 2016

EL "EMPAREDADO" DE LA IMPOSICIÓN*


Uno de los recuerdos más lucidos que conservo de mi infancia fue aquél día en el que me acerqué a la mesa donde mis padres almorzaban para preguntar si no habían visto mis tenis en el “armario”. No lo llamé “ropero” o “closet”, anglicismo con que los mexicanos guardamos mayor familiaridad. Dije “armario”, como lo había oído decir tantas veces en dibujos animados de Canal 5, emisora de series gringas dobladas al español por antonomasia. Durante mucho tiempo, una buena parte de mi vocabulario estuvo definido por éste castellano neutro. En la tele no se decía: “Voy a prepararme un sándwich”. Lo correcto era decir: “Voy a prepararme un emparedado”. In cuarto jamás era cuarto sino “alcoba” y el basketball era sustituido por el  genérico “baloncesto”.  

Muchos años atrás, recuerdo haberme enterado de una iniciativa de ley propuesta por Guillermo Herbert Pérez, miembro de la Comisión de Educación y Cultura en la cámara alta del Senado. Dicha propuesta estipulaba un plan para regular el doblaje en cine y televisión, así como contrarrestar la competencia de empresas colombianas, chilenas, argentinas y venezolanas. Según Herbert Pérez, la idea era respetar el trabajo de los actores de doblaje mexicanos, así como también respetar nuestro idioma, nuestra cultura, y nuestro lenguaje, para de esta forma evitar el fomento de tecnicismos, modismos y formas de lenguaje que deforman gravemente al de nuestro país.

Irónicamente, el mismo fervor patriótico había colocado al doblaje en una posición desfavorable muchas décadas atrás. En los años cuarenta, dos representantes de la Metro Goldwyn Mayer fueron enviados a México para reclutar actores con los cuales establecer en sus estudios de Nueva York una división para doblaje de películas al español. Contrataron los servicios de Luís de Llano Palmer, quien convocó actores de radio por considerarlos con  mayor capacidad para expresarse a través de la voz.  De esta manera, en la primera cinta sonorizada con español mexicano, Luz Que Agoniza (Gas Light, 1944), Blanca Estela Pavón, Guillermo Portillo Acosta, Víctor Alcocer y Carlos David Ortigosa doblaban a Ingrid Bergman, Charles Boyer, Joseph Cotten y Gregory Peck. Las reacciones no estuvieron exentas de controversia.  Considerándola como una afrenta a la industria nacional, el gobierno prohibió parcialmente la exhibición de cintas dobladas. La única excepción fue marcada para cintas y cortos animados.

No obstante, recuerdo haber pensado también en esos momentos, igual que como lo pienso eso ahora, el cuestionamiento sobre  lo benéfico o perjudicial del proceso de doblaje va más allá de la defensa por la lengua nativa. Leonardo García Tsao lo manifiesta esta preocupación: Con el doblaje se pierde cuando menos un 50% del desempeño actoral y buena parte de la identidad de una película ¿Qué pasa cuando, encima, rige un criterio censor? No pude comprobar lo perpetrado por Televisa con TAXI DRIVER al pasarla “en tus cinco (sin) sentidos” pero es de suponer que, por cortesía del doblaje, el personaje de Jodie Foster se convirtió en una girl scout regañada por su scout master Harvey Keitel por no haber vendido suficientes galletas en la calle. O algo así

Es verdad que la profesión de doblaje ofrece verdaderas oportunidades de trabajo a buena parte de la gente creativa. Igualmente cierto es que se trata de una alternativa positiva para analfabetas y quienes no han logrado familiarizarse con el idioma ingles; incluyendo a los niños. Pero, ¿dónde queda el grupo minoritario de cinéfilos sin problemas para leer subtítulos, y que, en menor pero significativa proporción, posee suficiente cultura bilingüe como para seguir la trama de una película sin tener que leerla?  Aunque fue formulada hace ya bastante tiempo, espero que en el futuro iniciativas como la de Herbert Pérez no nos priven a quienes pertenecemos a éste último rubro de nuestro sándwich.

*Publicado el viernes 14 de octubre de 2016 en "La Jornada Maya" 

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