viernes, 18 de diciembre de 2015

EL DESPERTAR DE LA FARSA*


No soy fan de “La Guerra de las Galaxias”. Jamás lo fui, no lo soy actualmente ni creo llegar a serlo en el futuro. Mi actitud frente a la franquicia creada por George Lucas es la misma que acostumbro mantener frente a la Selección Mexicana de Futbol; sé que existe, le doy su lugar, y lo que haga o deje de hacer me tiene sin cuidado. Sin embargo, hay una razón especifica por la que me siento agradecido con ella: el haberme dado algo de lo cual poder reírme. Me explico. No insinúo que la trilogía original, las precuelas, los comics, los videojuegos o cualquier otra de sus derivaciones me parezca necesariamente un objeto de burla. Digo, por supuesto que intentar escuchar los diálogos de “El Ataque de los Clones” con una cara seria puede ser doloroso hasta para el más devoto aprendiz de Obi Wan Kenobi. Pero a lo que me refiero más bien es que, si bien la franquicia no ocupa un lugar en mi corazón, las parodias a su alrededor constituyen una historia diferente. Y pocas de ellas ocupan un lugar tan distinguido como “Spaceballs” (1987).

Para quienes no pueden presumir de ser conocedores (o como en el caso de un servidor, conversos empedernidos) del universo cómico de Mel Brooks, quizás uno de los aspectos curiosos de esta película sea el hecho de que, a pesar de que la saga pedía a gritos un símil humorístico desde el comienzo y que cualquier director hubiese aprovechado el momento en que la fiebre por la misma se encontraba en su más alto punto de ebullición, Brooks decidió esperar diez años después del estreno de “Episodio IV: Una Nueva Esperanza” antes de hincarle el diente; esto con el propósito de darle a su “victima” la oportunidad de que sus convenciones y clichés fueran asimilados por el inconsciente colectivo, y por consiguiente, susceptibles de ser reducidos al absurdo, infantil y escatológico nivel que caracteriza a títulos más conocidos de su curriculum como “Locuras en el Oeste” y “El Joven Frankenstein” (1974). De esta forma, el Imperio Galáctico de Lucas se ve degradado al gobierno del planeta Bola Espacial, mismo que acaba de agotar sus reservas de aire puro gracias al incompetente desempeño de su presidente (Brooks); la presencia maligna de Darth Vader es intercambiada por la del patético Dark Helmet (Rick Moranis), tanto Han Solo como Luke Skywalker son burdamente fusionados en el caza recompensas Lone Star (Bill Pullman), y la sabiduría de Yoda acaba corrompida con delicia en la persona de Yogurt (también Brooks); pequeño ser verde encargado del descarado posicionamiento de productos derivados de la película misma. En uno de sus diálogos, sugiere abiertamente la posibilidad de una secuela titulada “Spaceballs 2: La Búsqueda de Más Dinero”.

Pero más allá de su irreverencia al legado cultural de la franquicia, otro elemento coloca a “Spaceballs” en una posición aparte de los demás territorios fílmicos “profanados” por la mano de Brooks. Mientras que obras anteriores se esfuerzan por mantener cierto grado de fidelidad con la identidad narrativa de los blancos de sus burlas, ésta no da señales de preocuparse más que por tomar prestado lo mínimo que remite claramente a la galaxia de Lucas y usarlo como un pretexto para dejar volar lo más lejos posible a su irrespetuosa imaginación; al punto de lograr una versión alternativa que bien podría existir al margen de su propia inspiración. Mucho más que parodiarla, Brooks la desmantela parte por parte y la reconfigura de acuerdo a su visión tanto particular como retorcida.


Siendo honestos, “Spaceballs” difícilmente merece ser recordada como uno de los puntos altos en la carrera de su creador. Sobre todo tomando en cuenta que varios de sus chistes delatan lo mucho que ha envejecido. No obstante, su deconstrucción implacable de una de las piezas de ficción más populares de todos los tiempos se antoja en estas fechas como un exquisito bálsamo de anarquía para todos los que somos ajenos a lo mucho que la saga tiende a ser tomada y a tomarse en serio. De modo que, en retrospectiva, me siento en deuda con Lucas. Después de todo, sin el poder de la Fuerza, ¿cómo hubiera yo podido conocer el poder del “Schwartz”? 

*HOY EN: https://www.lajornadamaya.mx/2015-12-18/Spaceballs

viernes, 11 de diciembre de 2015

CRÓNICA DE UN PREJUICIO ANUNCIADO*



Las redes sociales estuvieron a punto de colapsar las semana pasada con el lanzamiento oficial del tercer tráiler perteneciente a “Batman Vs. Superman: El Origen de la Justicia”. A diferencia de lo ocurrido con otros avances previamente distribuidos, la reacción entre fanboys e internautas fue, por decirlo de alguna manera, menos entusiasta. De hecho, en algunos de ellos fue tan adversa como para llevarlos a hacer pública su negativa a pagar el boleto cuando se estrene en 2016. Todo por un mero avance de menos de tres minutos. Lo anterior es solo el más reciente ejemplo de un triste fenómeno que no muestra señales más que de continuar creciendo: la alabanza o lapidación instantánea de un largometraje entero con base a su tráiler promocional. Tráiler que, en la mayoría de los casos, consiste en una selección de escenas editadas de una manera que poco o nada tiene que ver con el orden y significado real de los acontecimientos dentro de la trama. La descalificación se resiente todavía más al encontrarse aderezada de corrección política. Casi un mes atrás, el primer avance de “Zoolander 2” fue blanco de notorias protestas a partir de una escena mostrando a un supermodelo de aspecto andrógino; bajo el alegato de constituir una burla estereotípica y deliberada hacía la comunidad transexual. 

La realidad es que no tengo manera de saber si “Zoolander 2” es transfobica por la misma razón debido a la cual no tengo la menor idea respecto a si este vistazo de “Batman Vs. Superman: El Origen de la Justicia” acaba de mostrarme lo único que vale la pena acerca de ella: NO HE VISTO AÚN NINGUNA DE LAS DOS. No las conozco. Llámenme loco, pero hasta este momento vivía bajo el entendido de que el primer y más importante requisito para estar en posición de juzgar algo es conocerlo. O por lo menos hacer un esfuerzo encaminado hacía lo mismo. Y sin embargo, aquí estamos; en una época en la cual haber visto una película de principio a fin parece ser lo menos importante para hablar sobre ella. Donde su presencia o falta de meritos han sido decididas de antemano; como un tribunal donde el veredicto siempre llega antes que la evidencia. Donde críticos profesionales son a menudo presionados para redactar su opinión sin haber entrado siquiera a la sala. En el que bloggers no escatiman berrinches después de leer guiones filtrados de proyectos en desarrollo que terminan siendo falsos. No voy a fingir jamás haber sucumbido ante la seductora tentación de disfrutar una muestra de lo que un futuro estreno me depara. Después de todo, ¿no es acaso el acceso fresco a un primer avance o a un cartel recién colgado parte del delicioso juego que es la experiencia cinematográfica? ¿Cuántos no recordamos aquel cosquilleo de adrenalina, dejándonos en claro que nos encontrábamos no sólo frente a la expectativa alrededor de una película, sino también alrededor de un sueño? Y aún así, no tengo miedo en afirmar que cualquier persona con un mínimo de dos neuronas dentro del cráneo estará de acuerdo conmigo en que el no poder (o querer) discernir entre sueños y realidad, aunque atractivo, difícilmente puede ser saludable. Los tráilers han dejado de ser una herramienta de marketing para convertirse en aperitivos sobrecargados poniendo en juego nuestra capacidad de degustar el plato principal. Y lejos de apuntar el dedo hacia estudios o distribuidores, deberíamos mirarnos en el espejo. Porque mientras insistamos en este inmaduro afán de querer ver los arboles y no a todo el bosque, de fundamentar el pensamiento fílmico en términos de avances en lugar de obras terminadas, ese sueño recurrente se tornará en pesadilla.  

Dicen por ahí que las primeras impresiones son muy importantes.  Cierto; siempre y cuando no las hagamos definitivas. 

*Publicado el día de hoy Viernes 11 de diciembre de 2015 en "La Jornada Maya": https://www.lajornadamaya.mx/2015-12-11/Los-ojos-de-la-bestia