viernes, 18 de diciembre de 2015

EL DESPERTAR DE LA FARSA*


No soy fan de “La Guerra de las Galaxias”. Jamás lo fui, no lo soy actualmente ni creo llegar a serlo en el futuro. Mi actitud frente a la franquicia creada por George Lucas es la misma que acostumbro mantener frente a la Selección Mexicana de Futbol; sé que existe, le doy su lugar, y lo que haga o deje de hacer me tiene sin cuidado. Sin embargo, hay una razón especifica por la que me siento agradecido con ella: el haberme dado algo de lo cual poder reírme. Me explico. No insinúo que la trilogía original, las precuelas, los comics, los videojuegos o cualquier otra de sus derivaciones me parezca necesariamente un objeto de burla. Digo, por supuesto que intentar escuchar los diálogos de “El Ataque de los Clones” con una cara seria puede ser doloroso hasta para el más devoto aprendiz de Obi Wan Kenobi. Pero a lo que me refiero más bien es que, si bien la franquicia no ocupa un lugar en mi corazón, las parodias a su alrededor constituyen una historia diferente. Y pocas de ellas ocupan un lugar tan distinguido como “Spaceballs” (1987).

Para quienes no pueden presumir de ser conocedores (o como en el caso de un servidor, conversos empedernidos) del universo cómico de Mel Brooks, quizás uno de los aspectos curiosos de esta película sea el hecho de que, a pesar de que la saga pedía a gritos un símil humorístico desde el comienzo y que cualquier director hubiese aprovechado el momento en que la fiebre por la misma se encontraba en su más alto punto de ebullición, Brooks decidió esperar diez años después del estreno de “Episodio IV: Una Nueva Esperanza” antes de hincarle el diente; esto con el propósito de darle a su “victima” la oportunidad de que sus convenciones y clichés fueran asimilados por el inconsciente colectivo, y por consiguiente, susceptibles de ser reducidos al absurdo, infantil y escatológico nivel que caracteriza a títulos más conocidos de su curriculum como “Locuras en el Oeste” y “El Joven Frankenstein” (1974). De esta forma, el Imperio Galáctico de Lucas se ve degradado al gobierno del planeta Bola Espacial, mismo que acaba de agotar sus reservas de aire puro gracias al incompetente desempeño de su presidente (Brooks); la presencia maligna de Darth Vader es intercambiada por la del patético Dark Helmet (Rick Moranis), tanto Han Solo como Luke Skywalker son burdamente fusionados en el caza recompensas Lone Star (Bill Pullman), y la sabiduría de Yoda acaba corrompida con delicia en la persona de Yogurt (también Brooks); pequeño ser verde encargado del descarado posicionamiento de productos derivados de la película misma. En uno de sus diálogos, sugiere abiertamente la posibilidad de una secuela titulada “Spaceballs 2: La Búsqueda de Más Dinero”.

Pero más allá de su irreverencia al legado cultural de la franquicia, otro elemento coloca a “Spaceballs” en una posición aparte de los demás territorios fílmicos “profanados” por la mano de Brooks. Mientras que obras anteriores se esfuerzan por mantener cierto grado de fidelidad con la identidad narrativa de los blancos de sus burlas, ésta no da señales de preocuparse más que por tomar prestado lo mínimo que remite claramente a la galaxia de Lucas y usarlo como un pretexto para dejar volar lo más lejos posible a su irrespetuosa imaginación; al punto de lograr una versión alternativa que bien podría existir al margen de su propia inspiración. Mucho más que parodiarla, Brooks la desmantela parte por parte y la reconfigura de acuerdo a su visión tanto particular como retorcida.


Siendo honestos, “Spaceballs” difícilmente merece ser recordada como uno de los puntos altos en la carrera de su creador. Sobre todo tomando en cuenta que varios de sus chistes delatan lo mucho que ha envejecido. No obstante, su deconstrucción implacable de una de las piezas de ficción más populares de todos los tiempos se antoja en estas fechas como un exquisito bálsamo de anarquía para todos los que somos ajenos a lo mucho que la saga tiende a ser tomada y a tomarse en serio. De modo que, en retrospectiva, me siento en deuda con Lucas. Después de todo, sin el poder de la Fuerza, ¿cómo hubiera yo podido conocer el poder del “Schwartz”? 

*HOY EN: https://www.lajornadamaya.mx/2015-12-18/Spaceballs

viernes, 11 de diciembre de 2015

CRÓNICA DE UN PREJUICIO ANUNCIADO*



Las redes sociales estuvieron a punto de colapsar las semana pasada con el lanzamiento oficial del tercer tráiler perteneciente a “Batman Vs. Superman: El Origen de la Justicia”. A diferencia de lo ocurrido con otros avances previamente distribuidos, la reacción entre fanboys e internautas fue, por decirlo de alguna manera, menos entusiasta. De hecho, en algunos de ellos fue tan adversa como para llevarlos a hacer pública su negativa a pagar el boleto cuando se estrene en 2016. Todo por un mero avance de menos de tres minutos. Lo anterior es solo el más reciente ejemplo de un triste fenómeno que no muestra señales más que de continuar creciendo: la alabanza o lapidación instantánea de un largometraje entero con base a su tráiler promocional. Tráiler que, en la mayoría de los casos, consiste en una selección de escenas editadas de una manera que poco o nada tiene que ver con el orden y significado real de los acontecimientos dentro de la trama. La descalificación se resiente todavía más al encontrarse aderezada de corrección política. Casi un mes atrás, el primer avance de “Zoolander 2” fue blanco de notorias protestas a partir de una escena mostrando a un supermodelo de aspecto andrógino; bajo el alegato de constituir una burla estereotípica y deliberada hacía la comunidad transexual. 

La realidad es que no tengo manera de saber si “Zoolander 2” es transfobica por la misma razón debido a la cual no tengo la menor idea respecto a si este vistazo de “Batman Vs. Superman: El Origen de la Justicia” acaba de mostrarme lo único que vale la pena acerca de ella: NO HE VISTO AÚN NINGUNA DE LAS DOS. No las conozco. Llámenme loco, pero hasta este momento vivía bajo el entendido de que el primer y más importante requisito para estar en posición de juzgar algo es conocerlo. O por lo menos hacer un esfuerzo encaminado hacía lo mismo. Y sin embargo, aquí estamos; en una época en la cual haber visto una película de principio a fin parece ser lo menos importante para hablar sobre ella. Donde su presencia o falta de meritos han sido decididas de antemano; como un tribunal donde el veredicto siempre llega antes que la evidencia. Donde críticos profesionales son a menudo presionados para redactar su opinión sin haber entrado siquiera a la sala. En el que bloggers no escatiman berrinches después de leer guiones filtrados de proyectos en desarrollo que terminan siendo falsos. No voy a fingir jamás haber sucumbido ante la seductora tentación de disfrutar una muestra de lo que un futuro estreno me depara. Después de todo, ¿no es acaso el acceso fresco a un primer avance o a un cartel recién colgado parte del delicioso juego que es la experiencia cinematográfica? ¿Cuántos no recordamos aquel cosquilleo de adrenalina, dejándonos en claro que nos encontrábamos no sólo frente a la expectativa alrededor de una película, sino también alrededor de un sueño? Y aún así, no tengo miedo en afirmar que cualquier persona con un mínimo de dos neuronas dentro del cráneo estará de acuerdo conmigo en que el no poder (o querer) discernir entre sueños y realidad, aunque atractivo, difícilmente puede ser saludable. Los tráilers han dejado de ser una herramienta de marketing para convertirse en aperitivos sobrecargados poniendo en juego nuestra capacidad de degustar el plato principal. Y lejos de apuntar el dedo hacia estudios o distribuidores, deberíamos mirarnos en el espejo. Porque mientras insistamos en este inmaduro afán de querer ver los arboles y no a todo el bosque, de fundamentar el pensamiento fílmico en términos de avances en lugar de obras terminadas, ese sueño recurrente se tornará en pesadilla.  

Dicen por ahí que las primeras impresiones son muy importantes.  Cierto; siempre y cuando no las hagamos definitivas. 

*Publicado el día de hoy Viernes 11 de diciembre de 2015 en "La Jornada Maya": https://www.lajornadamaya.mx/2015-12-11/Los-ojos-de-la-bestia

sábado, 7 de noviembre de 2015

EL CRIMEN DE SER SINCERO (o LOS MITOS MÁS ABSURDOS ACERCA DE LA CRÍTICA DE CINE)


Marshall Fine, crítico profesional de cine, recibió amenazas de muerte en su blog durante el verano de 2012. ¿Qué crimen cometió para merecer tal repudio? Simple. Fue el primero en publicar una crítica negativa de “El Caballero de la Noche Asciende” (The Dark Knight Rises, 2012), contribuyendo a romper el status favorable de 100% que gozaba en el sitio Rotten Tomatoes. La hostilidad llegó al punto de que tuvo que retirar la crítica y clausurar la sección de comentarios en su blog. Interrogado al respecto, se resignó a responder: “Es parte del oficio”. 

Desde luego. Es parte del oficio. Es parte del oficio ser llevado a la hoguera por una opinión. Es parte del oficio que millones de desconocidos que jamás te han visto en persona ni han sostenido contigo una conversación juzguen tu credibilidad profesional a raíz de no haber ensalzado a ciertas películas como si fuesen el más grande invento desde el aire acondicionado en los camiones públicos. Si; ser odiado es parte de ser un crítico. ¿Y por qué habría de sorprendernos?  En una era donde una conferencia de Stephen Hawking obtiene 2,117 visitas en You Tube mientras que un gato siamés oliendo los gases de una monja filipina con sobrepeso interpretando un desentonado cover de “Let It Be” recibe más de un millón, ¿no es bastante obvio que el Internet sea el último lugar razonable para establecer un serio intercambio de ideas?

Sin embargo, la verdadera raíz del problema radica en el hecho de que nadie sabe en realidad qué es lo que hace un crítico de cine. Y cuando digo “crítico”, no me refiero a cualquier fanboy con ínfulas de sabelotodo que por el mero hecho de haber tomado un cursillo de cinco días sobre apreciación cinematográfica en algún centro cultural desconocido ya se siente con derecho a ser tratado como el nuevo Roger Ebert.  Hablo de alguien que ha dedicado su vida a conocer películas de todos los géneros, épocas, nacionalidades, estilos, formas, colores, texturas, dimensiones y niveles de calidad para desarrollar una visión más allá de lo que a simple vista es presentado en pantalla. Alguien que lleve de la mano al espectador a través de lo excelente, lo bueno, lo malo y lo lamentable por medio de su conocimiento. No para pontificar o decirle qué es lo que debe ver, sino para animarlo a desafiar  lo que siempre creyó saber sobre el cine, contribuyendo a verlo con ojos diferentes. Por desgracia, muchos auto-llamados “críticos” reflejan justamente lo contrario; logrando únicamente que los estereotipos respecto a la profesión sean todavía más difíciles de erradicar. A lo largo de mi experiencia como crítico para el "Diario de Yucatán", llegué a toparme con una lista tan larga de ellos como para llegar a un kilómetro. Sin embargo, las que más parecen rehusarse a morir son las siguientes:

1.- EL CRÍTICO VE CON EL CEREBRO Y NUNCA CON EL CORAZÓN: Que no sentimos las películas; sólo las analizamos. Que únicamente tomamos en cuenta lo técnico (iluminación, encuadres, edición, etc.) sin dar espacio a las emociones que transmiten. Quien crea de verdad esto no sólo ignora cómo funciona el proceso de la crítica, sino también el de la psicología humana. ¿No se supone que una asimilación emocional es generalmente acompañada, en mayor o menor medida, por una intelectual?  Difícilmente funciona una sin la otra. 

2.- EL CRÍTICO SIEMPRE ESPERA LO PEOR DE UNA PELÍCULA: Quién espera siempre lo peor en el cine es probable que espere siempre lo mismo de cualquier otra cosa.  Gente con ese perfil no escribe críticas; se deja caer desde la ventana en un octavo piso. ¿Qué sentido tiene invertir dos horas de tu vida en algo que (supuestamente)  sabes de antemano que será un fiasco?  Contrario a lo que se cree, los críticos AMAMOS las películas. Y aunque nunca entramos a una sala esperando una epifanía o experiencia religiosa, en la mayoría de los casos lo hacemos esperando algo que valga la pena. No criticamos películas por no tener fe en ellas. Las criticamos por tener demasiada.

3.- EL CRÍTICO ES UN CINEASTA FRUSTRADO Y AMARGADO: Existe una diferencia entre la capacidad de hacer algo bien y la capacidad de juzgar que tan bueno es alguien haciéndolo. Salvo por el conocimiento teórico y referencial para avalar una postura, saber dar instrucciones a un actor o manejar una cámara no constituye ningún requisito. De la misma forma en que no es requisito ser alemán para hablar sobre Hitler o ser cazador de ballenas para leer a “Moby Dick”.

4.- AL CRÍTICO SÓLO LE GUSTA VER PELÍCULAS “ARTÍSTICAS” Y DESPRECIA LO COMERCIAL: Cómo ya mencioné, un crítico que se dé a respetar verá de TODO para esperar de TODO lo mejor posible. ¿Hay preferencias personales?  Desde luego. ¿Prejuicios?  Somos humanos. Además, un prejuicio con fundamentos es mejor que un prejuicio a secas. Por otro lado, el verdadero crítico nunca busca encajar con la opinión pública. Su único compromiso es con la película misma y la reacción que le genera. Y refiriéndome a “la película misma”, hablo de la presencia o ausencia objetiva de méritos narrativos y estéticos en ella. Hay cosas que no están sujetas a gustos u opiniones.

Para concluir, tengo una noticia que será difícil de creer: nadie está obligado a darle la razón a los críticos. De hecho, estamos más que felices de que nuestro público nos desafíe. Que nos exija demostrar que no estamos equivocados. Hacemos convocatoria a estar en desacuerdo. A que mediante la retro-alimentación, el diálogo y dosis saludables de controversia contribuyamos a formar poco a poco una visión mucho más crítica y menos cimentada en lo que nos gusta y no nos gusta. Es por eso que estamos dispuestos a soportar los rechazos, insultos y descalificaciones que hagan falta por parte de ustedes.  A resignarnos a ser los villanos que todos aman odiar. 

viernes, 6 de noviembre de 2015

DEJA VU CINEMA


Si un ser humano hubiese sido puesto en congelamiento criogénico hace treinta años y acabase de salir de su hibernación, seguramente quedaría confundido respecto a en qué década se encuentra al revisar la clase de oferta cinematográfica que actualmente suele abastecer a las carteleras. “Tortugas Ninja”. “Mad Max”. “Robocop”. “Poltergeist”.  Quién lea dichos títulos y coincida con un servidor en haber nacido durante los ochentas, reconocerá entre ellos a más de un ingrediente de la cultura pop que fue decisivo para su educación emocional. Con suerte, quizás comparta sentimientos conflictivos ante la idea de que su infancia sea la principal gallina de los huevos de oro en Hollywood.

Siendo justos, reciclar argumentos de ningún modo es algo nuevo. Iconos como “Drácula” o “Hamlet” han sufrido tantas re-encarnaciones como para despertar celos en un budista. Pero la práctica especifica del remake (volver a usar el argumento de un largometraje previamente producido) solía ser vista no sólo con escepticismo, sino como un disparate de mal gusto. Sin embargo, a principios del Siglo XXI, lo único necesario para que dicha actitud diese un giro de 180 grados fue una cuestión de semántica: en vez de remake, el término paso a ser re-imagine (“re-imaginar”) para desembocar en el famoso y recurrido re-boot (“re-inicio”). Bajo esta lógica, lejos de clonar a un filme de antaño, lo que se busca es dotar a lo viejo de algo nuevo y emocionante. Algunos de sus partidarios llegarán tan lejos como para afirmar que contribuyen a que algo muy bueno sea todavía mejor.

Quisiera creer que lo último es verdad. Quisiera poder darle a cada re-make el beneficio de la duda y asumir que logrará mejorar al original; o que al menos su intención haya sido sincera. Unos cuantos antecedentes inspiran cierta esperanza. El “Scarface” de Brian de Palma, por ejemplo, demostró que un clásico de los años treinta puede ser modernizado sin sacrificar su alma. Pero fuera de esta clase noble de excepciones, la experiencia con la mayoría de estas “mejoras” me han llevado a formar la opinión de que Hollywood no se encuentra tanto resucitando al pasado como llevando a cabo un saqueo indiscriminado de tumbas en el cementerio de los recuerdos; desenterrando todos los cadáveres que pueda encontrar y apresurándose a devolverlos a la vida antes de que pierdan los pocos rasgos reconocibles que les queden. Que la necrofilia mercenaria haya llegado a su apogeo en los últimos cinco años difícilmente constituye una coincidencia. Como el actor y comediante británico Simon Pegg declaró hace poco en su blog: “los niños de los setentas y ochentas fueron la primera generación para la que no era imperativo madurar inmediatamente después de dejar la escuela”. Esto ayuda también a explicar el hecho de que la industria esté dispuesta a rescatar prácticamente a cualquier figura del baúl de los recuerdos, sin importar que inspire o no un mínimo grado de familiaridad. Los niños quizás no los ubiquen, pero sus padres en treintena y cuarentena no tardarán en disparar lagrimas ante la mera mención de sus nombres. Y lo más importante es que cuentan con las billeteras para probarlo. Sólo mediante esta apelación a un permanente estado de adolescencia se podría explicar que estemos esperando una segunda secuela de “Los Pitufos” cuando no hay señales de una fan base significativa para justificar su existencia.

Para los griegos, el significado literal de la palabra “nostalgia” solía ser “el dolor de una vieja herida”. Mientras nuestro consentimiento a que Hollywood siga hurgando su dedo en aquella herida se mantenga firme, más lejos nos hallaremos de ser conscientes de la verdadera cara oculta en casi todo re-make: una licencia para consolidar un sentido de autocomplacencia irreversible en quienes hacen las películas y en quienes las consumen. 

jueves, 5 de noviembre de 2015

LAS RAZONES DE LA PASIÓN: ¿POR QUÉ "AMAMOS" AL CINE?


“Desde sus inicios, hace poco menos de un siglo, el cine ha atraído al gran publico sin la necesidad de una guía. No hay duda: cualquier persona puede ser cautivada por el cine. Y es en su accesibilidad donde radica su popularidad. Este texto, por lo tanto, no pretende llamar la atención sobre las cualidades cinematográficas, sino documentar el interés del lector e iniciarlo en una visión más informada del cine.” 

Palabra por palabra, así arrancaba la primera pagina del pequeño, amarillento y hasta cierto punto deshilachado libro que encontré aquella nublada tarde del otoño de 1998, en el rincón olvidado de la librería del Centro Cultural Dante. Se llamaba “Cómo Acercarse al Cine”, escrito por Leonardo García Tsao y publicado a finales de los ochenta por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. A juzgar por lo poco cuidado de su portada, un tiempo considerable tuvo que haber transcurrido desde la última vez en que alguien se fijó en él. Quisiera pensar que estuvo esperando por mí, pero mi romanticismo tiene un límite. Además, nadie en mi situación hubiera apreciado lo decisiva que probó ser aquella única y descuidada copia. A mis incipientes quince años, ¿qué sabía yo sobre cine, más allá de ocasionales boletos al 2x1, transmisiones en televisión o rentas en VHS para fines de semana? Era una costumbre, una mera distracción...nada demasiado importante. Hasta que comencé a leer ese libro. 

Hagamos flashforward a 2015. Decir que muchas cosas han cambiado desde entonces sería una burda subestimación. Rescatar hoy en día ese mismo libro de la oscuridad de un anaquel, aún por accidente, resultaría tan corriente como un chiste de Pepito. Sobre todo porque los jugosos secretos contenidos en sus páginas son cualquier cosa menos secretos. Ninguna obra fílmica, al igual que la bibliografía pertinente a la misma, se encuentra demasiado lejos de unos “clicks”. En ese sentido, no es ninguna sorpresa que, al menos cuantitativamente, Mérida manifieste señales de estar viviendo una cierta fertilidad cultural alrededor del séptimo arte. Mientras que años atrás las proyecciones del Mtro. Mario Helguera Bolio representaban el único refugio donde se podía tener acceso a un catalogo fuera del “menú” semanal de las carteleras comerciales, otros espacios para una cultura cinematográfica más incluyente han brotado en tiempos recientes; como frescas hierbas después de un largo periodo de sequía; la mayoría de ellos con enfoque particular hacía el público universitario/juvenil. Como aconteció en el resto del mundo, la “tecnología de la democratización” digital hizo concebible la noción, a pasos agigantados, de contar con uso personalizado de herramientas profesionales básicas para una producción audiovisual; fuese por principiantes o expertos. Muchos de quienes destinan ese equipo para sostenerse con grabaciones por encargo mientras desarrollan proyectos personales a manera de "hobby"y esperan ser descubiertos como los herederos de Stanley Kubrick, se sienten tan optimistas que incluso aseguran estar ayudando a formar una "industria" local cinematográfica. ¿Y que hay de quienes no hacemos cine pero escribimos sobre él?  Hasta con un blog el cielo parece el límite (Y aunque no lo crean, sí; reconozco la hipocresía). Roger Ebert tenía lectores. Quienes quieran seguir sus pasos sólo necesitarán seguidores y miles de "likes". 

En pocas palabras, deberíamos estar felices. Digo, hemos ganado la lotería, ¿verdad? Un mundo de cine por y para todos. Todas las películas en nuestras pantallas, incluso en la palma de nuestra mano. Todos pueden ser Kubrick. Todos pueden ser Ebert. !Viva la era de oro! !Hurra por nosotros, los afortunados de vivir en este milenio! 

Y sin embargo, no estoy celebrando nada. Es cierto, el cine está en todas partes. Como el agua, o el oxigeno. Nos hemos acostumbrado a tenerlo con tanta facilidad y en tantas formas diferentes, que ni siquiera sentimos la obligación de pensar en y acerca de él. En la medida en que tenerlo no implica esfuerzo o sacrificio alguno, atrofiamos la capacidad de mantener el debido nivel de importancia que a programadores, aspirantes a cineastas y académicos nos corresponde. LO HEMOS DADO POR SENTADO. Pese a tantos espacios y oportunidades, nos hemos malacostumbrado a una actitud general respecto al cine en niveles superfluos, cómodos e intelectualmente cobardes; con parámetros obedeciendo más a gustos y emociones que a un entendimiento profundo; y de paso, jugando un papel primordial en la sustitución de argumentos por relativismos y racionalizaciones. Insistir en que "los gustos rompen géneros" para defender los defectos evidentes de una película merece ser visto a estas alturas como lo que en verdad es: una artimaña desesperada que, curiosamente, es de bastante mal gusto. 

No sugiero eliminar cualquier consideración emocional en la lectura de un filme; lo cual sería injusto. Mucho menos que el espectador casual debería sentir vergüenza por no saber tanto como Christian Metz; lo cual sería absurdo. Mi llamado a un compromiso intelectual se encuentra dirigido, de manera particular, a quienes forman parte del panorama cultural cinematográfico de nuestra entidad sin otros motivos más allá de tener un "gusto" por el cine. Quienes se ufanan de ser críticos mientras hacen uso arbitrario de los términos “crítica” y “reseña” como si fuesen sinónimos. Los auto proclamados "hijos de Kubrick" que difícilmente han visto otra pieza del maestro además de “Naranja Mecánica” (1971). Los estudiantes de comunicación empeñados en llenar su primer cortometraje de planos-secuencias cuando ni han entendido cómo encender una cámara. Los videoastas esperando a que apoyos estatales para producción caigan del cielo mientras insisten en seguir viendo una industria donde lo que hay, al menos por ahora, no es más que esfuerzos dignos de aprecio pero a fin de cuentas aislados. Estas lineas no conforman un ataque ni un reclamo. Es una invitación a la sensatez con la mejor de los intenciones. A sacudirse las pretensiones y armarse de suficiente valor para admitir (si tal es el caso, desde luego) que saben muy bien que no saben. O al menos que no saben tanto como les gusta creer. Pongan en duda lo que conocen, como un creyente poniendo su fe a prueba. Vean más. Lean más. Reflexionen. Argumenten. No renuncien a la pasión, pero tampoco permitan que los engañe. No se limiten a declarar“amo el cine”. No insulten esa clase de amor dándolo por sentado. Y si hay que volver a comenzar desde el principio, no teman. Será tan sólo el primer y más importante paso hacía algo mejor. 

No pretendo ser mejor que ustedes. De hecho, estoy seguro que ninguno repitió tantas veces estos errores como un servidor. Sin mencionar los que de vez en cuando todavía se cometen. García Tsao no cambió al instante mi manera de ver y entender el cine. Pero constituyó el primer paso en un extenso camino de auto-reflexión, en cuyo momento actual, para bien o para mal, me siento bastante seguro para no solamente seguir apreciándolo, sino también continuar cuestionando el por qué es tan importante para mí. ¿Por qué hay películas que no puedo dejar de ver? ¿Por qué desearía jamás haber visto otras? ¿Por qué estoy dispuesto a usar uñas, dientes y argumentos en defensa de unas y a sospechar de quienes hagan lo mismo por otras? ¿Por qué me niego a reducirlo a condescendientes etiquetas como “hobby”, “afición” o “pasión”?  Quizás porque, al igual que en todo amor verdadero, nadie puede darse el lujo de medias tintas.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

NIXON & YO

Varios profesionales de las ciencias sociales atribuyen al ser humano un modo de pensamiento fundamentado en el empirismo y la evidencia verificable para comprender el mundo. A esta vertiente, normalmente el área de historiadores, científicos y académicos, llamémosle para efectos prácticos modelo paradigmático. Sin embargo, una segunda manera de llegar al mismo objetivo consiste también en lo que se denomina como el modelo narrativo.  A diferencia del anterior, preocupado por elaborar un criterio en la búsqueda de la verdad a través de la claridad y precisión de los hechos, el modelo narrativo recurre a elementos básicos de la ficción dramática (escenario, personajes, conflicto y resolución) para ayudarnos a entender qué es lo que nos hace humanos en cualquier momento y lugar de la historia. En pocas palabras, sus intereses apuntan hacía una “verdad narrativa”; en contraste directo con una verdad meramente histórica. He aquí el terreno de las novelas, los poemas, cuentos, leyendas, programas de televisión, y desde luego, el cine; el medio narrativo más poderoso que jamás se haya creado.

Oliver Stone figura como uno de los realizadores que con mayor constancia ha dedicado su filmografía a la comprensión del pasado contemporáneo de su país por medio del modelo narrativo. Filmes como “Salvador”, “Nacido el 4 de Julio”, “Los Doors” y “JFK” toman a personajes de la historia estadounidense para hacerlos más grandes que la vida misma y desafiar la percepción que solemos tener de ellos. Al igual que Homero, Shakespeare y Tolstoi, adaptan el pasado, lo simplifican y lo elevan. Si me preguntan, eso es lo más extraordinario que el cine puede hacer: seleccionar cualquier aspecto de la realidad que vivimos y reducirlo a su más básico significado emocional. Ningún ejemplo de lo anterior ha logrado ser tan fuerte en mi vida cinematográfica como el de "NIXON" (1995)

Cuando la vi por primera vez, mis conocimientos sobre Richard Nixon y Watergate eran pobres. Por no decir nulos. Sabía que en algún momento había sido presidente gringo. Sabía que había hecho algo muy malo que lo obligó a renunciar. Y de manera burda, sabía de él por sus constantes apariciones en episodios de “Los Simpson”. De modo que la película entró a mi vida sin expectativas de por medio. Agradezco todos los días que así haya sido. Porque fue el verla bajo tal aura de ignorancia lo que hizo posible que sus diversas referencias alrededor de la Guerra Fría y la Bahía de Cochinos (la mayoría de las cuales no comprendí en ese entonces) pasaran a un segundo plano y pudiese tener acceso al corazón de la historia: Un hombre cuya inteligencia y habilidades de liderazgo fueron los mismos factores que intervinieron en su caída. Un hombre perseguido a todo momento por sentimientos de inseguridad y paranoia. Que durante toda su vida soñó con ser tocado por la grandeza y que al final de la misma sólo halló infamia. No es la simple biografía de un presidente. Es una tragedia épica.

Después de eso, me convertí en una especie de “Nixon Yunkie”. Quería más. Leí cualquier cosa sobre Nixon y Watergate que llegase a mis manos. Vi otras películas que tocasen el tema; incluyendo documentales. No porque admirase al hombre. Personalmente, no veo mucho que admirar en Richard Nixon per se. Pero su tragedia siempre me hacía regresar a él. Su tragedia. Pocas veces una vida ha encajado de manera tan conveniente con los requisitos de un drama. Como si su existencia hubiese sido diseñada para ello.

No voy a mentirles. Esta es una película larga y cargada de información histórica que tal vez algunos sentirán confusa. Sin embargo, es importante para mí por el siguiente motivo. Teniendo ya más de 30 años y habiendo visto muchas películas diferentes, me parece justo aprovechar el momento para preguntarme: ¿Qué es exactamente lo que aún me obsesiona tanto de ella? ¿Será acaso su estructura subjetiva y no lineal saltando en el tiempo y el espacio de acuerdo al estado mental de Nixon? ¿La fotografía a cargo de Robert Richardson que obedece a la misma lógica? ¿El uso eclético de diferentes formatos (8 y 16 mm, color, blanco/negro y stock) que fue perfeccionado en “JFK” y llevado a su mayor extremo con “Asesinos Por Naturaleza”? ¿La sombría música de John Williams que ayuda a imaginar la Casa Blanca como el Xanadu de “Ciudadano Kane” o la Corte de Elsinore en “Hamlet”? ¿La titánica personificación de Sir Anthony Hopkins en el papel titular? ¿O será la posibilidad, aunque no esté dispuesto a confrontarla, de que haya algo de Nixon en mí? ¿O en cualquier persona?

Estamos más que acostumbrados a juzgar a los líderes. Casi siempre, con mucha justificación. Damos por hecho que el poder en sí mismo es corrupto. Que las virtudes de un político siempre son los defectos de un hombre honrado. Pero, ¿quién de nosotros sería realmente inmune a las tentaciones del poder en cualquier área de la vida? ¿Quién es incorruptible? ¿Quién puede presumir de estar exento del potencial para ser un Nixon? ¿O un Bush?  ¿Quién puede vivir dentro de ese sistema y hacer uso de sus privilegios sin verse obligado a darle la razón a Shakespeare cuando dice que “pesada es la cabeza sobre la cual descansa la corona”?  

Es mi apuesta y esperanza que, quienquiera que se anime a buscarla después de leer esto, termine haciéndose las mismas preguntas.