Sabíamos que no
podíamos hacer ilegal estar en contra de la guerra o el ser negro, pero
haciendo que el público asociara a los hippies con la marihuana y a los negros
con la heroína, y penalizando el consumo de ambas, podríamos causar disrupción
en ambas comunidades. Podríamos arrestar a sus líderes, irrumpir en sus
hogares, deshacer sus reuniones y demonizarlos noche tras noche en los
noticieros. ¿Sabíamos que mentíamos respecto a las drogas? Por supuesto que sí.
- John Ehrlichman, asesor de política domestica para
el Presidente Richard Nixon.
Quisiera que por
una vez usted estuviese en mis zapatos, Sr. Fiscal; porque entonces podría conocer
algo que no conoce: ¡La misericordia! Sabría que el concepto de una sociedad
está basado en la calidad de esa misericordia. En su sentido de juego limpio,
¡de justicia!
- Billy Hayes (Brad Davis) en “Expreso de Medianoche” (Midnight
Express, 1978)
En 1968, después de una segunda temporada militarmente
activa durante la cual había resultado dos veces herido, Oliver Stone regresó
de Vietnam. Sin un prospecto de vida en el horizonte y sin sentirse preparado
todavía para re-incorporarse a la Nueva York burguesa de sus padres, decidió no
avisarle a nadie de su retorno y huir hacia México. Dos semanas después, Louis
Stone recibía una llamada telefónica. Era su hijo en una cárcel de San Diego.
Las autoridades lo habían detenido al encontrar entre sus posesiones dos onzas
de marihuana vietnamita con las que intentó cruzar la frontera. Con su padre
dispuesto a pagar una fianza de 2,500 dólares, el cargo de contrabando (aunque en
este caso se trataba de una mera posesión) fue desestimado y el joven Stone
salió libre. Años más tarde, al calor de la tormenta de polémica generada a
raíz del estreno de “JFK” (1991),
como parte de una entrevista para la BBC Arena en su sección de perfiles “Inside/Out”, Stone rememoró a detalle
el efecto profundo que la experiencia dejó para el resto de su vida:
En esa
cárcel habían alrededor de cinco mil muchachos; la mayoría de ellos negros e
hispanos. Todos estaban ahí por drogas. Era la guerra fronteriza de Nixon
contra las drogas. Estaba pasmado. Era una Norteamérica que jamás creí que
fuese posible. Acababa de salir de una guerra y de repente ahí estaba diez días
después; encarando una condena de entre cinco a veinte años, con otra guerra en
casa y todos estos chicos marginados; odiando al gobierno (…) fue un shock para
mí.
Dos años después, el 6 de octubre de 1970,
otro ciudadano estadounidense estaba viviendo en carne propia los efectos
políticos de esta “lucha” internacional contra las drogas; en su caso al otro
lado del mundo. A punto de abordar un vuelo de regreso a su país, William
(Billy) Hayes fue detenido en el Aeropuerto de Estambul (Turquía) por
transportar dos kilos de hashish escondidos
bajo sus ropas. Su condena inicial fue fijada en cuatro años y dos meses. Sin
embargo, semanas antes de su liberación, descubrió que las autoridades turcas
habían cambiado su sentencia a una cadena perpetua por contrabando en lugar de
posesión. En 1975 escapó en un bote de remos a Grecia, donde tras varias
semanas de detención e interrogatorio, fue transferido a Estados Unidos. Cuatro
años más tarde los caminos de ambos jóvenes se transfigurarían de forma tanto
creativa como comercialmente exitosa cuando, en la 51era Entrega de los Premios
de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, un greñudo y
atípicamente engalanado en smoking Oliver Stone subía al escenario para recibir
el Oscar al Mejor Guión Adaptado por “Expreso
de Medianoche” (Midnight Express, 1978); filme de Alan Parker basado en las
memorias de de Billy Hayes. Con una ópera
prima en calidad de director muy poco prometedora (“Seizure”, 1974) y un sinnúmero de intentos fallidos por hallar un
estudio interesado en producir el guión de “Pelotón”
(Platoon, 1986), el recién veterano de Vietnam cuyo futuro parecía no ir hacía
ninguna parte ahora entraba por la puerta grande de la industria gracias a este
trabajo por encargo como guionista.
Por supuesto que esto no constituye la única evidencia
de Stone como escritor de cine. Primero que nada, obligatorio sería concederle
un lugar de honor al segundo ejemplo más famoso de dicha faceta: la
operáticamente sangrienta “Cara Cortada”
(Scarface, 1983), escrita para Brian De Palma a partir de la cinta original de
1932 dirigida por Howard Hawks en torno al ascenso y la caída de un gangster de la Gran Depresión inspirado
en Al Capone, y en la visión de Stone, re-imaginado como un refugiado cubano en
el Miami de los años ochenta que termina convertido en narcotraficante. Si buscamos
ser completistas, igualmente imperativo sería mencionar su borrador para John
Milius de “Conan El Barbaro” (Conan
The Barbarian, 1982); basado en los relatos de Robert E. Howard y re-escrito
por Milius al grado que pocas de las aportaciones de Stone sobrevivieron,
ocasionando una enemistad entre ambos que terminó años después. Asimismo, bien sabido
es que ha escrito bajo las ordenes de Michael Cimino en “Manhattan Sur: El Año de Dragón” (Year of the Dragón, 1985), Hal
Ashby en “Morir Mil Veces” (8
Million Ways To Die, 1985) y, por segunda ocasión, Alan Parker en el musical “Evita” (1996).
Pero los motivos por los cuales “Expreso de Medianoche” ocupa de manera
protagónica este espacio abundan. Se trata del primer guión que lo acredita
como único autor formal, con evidencia de que su relación profesional con
Parker fue de carácter más colaborativo que jerárquico. Lo anterior hace
posible vislumbrar en la película terminada no solo muchos conceptos por los
que será posteriormente conocido en su propia filmografía, sino también la
costumbre de poner en boca de sus personajes su sentimientos sin concesiones
ante lo que él percibe como inexcusables situaciones de abuso e hipocresía;
haciendo eco de aquella que le tocó vivir durante su incidente de juventud. Con
esta obra inscrita en un subgénero específico (el drama carcelario), se ha
topado por primera vez con un foro dentro del cual empezar a practicar la
fuerza de su voz como autor.
A BORDO DEL
EXPRESO
La categoría de “drama carcelario” o “drama
de prisión” suele ser aplicada a ciertos filmes que, además de desarrollar su
acción en algún tipo de cárcel, prisión o espacio de contención penal, se
concentran en el desarrollo dramático de una serie de elementos particulares. En
muchos casos, el peso de la narración suele descansar en el punto de vista del
prisionero. Asimismo, el protagonista se ve con frecuencia introducido a un
entorno sumamente hostil; siendo torturado a nivel físico y psicológico como
parte de las regulaciones de un sistema penitenciario corrupto. Esto, además de
brindar una cierta predisposición a la denuncia social, conduce a lo que
generalmente deviene en el clímax de
éste tipo de historias: la lucha desesperada del personaje por escapar a toda
costa del ambiente represor, incluso colocando su vida en riesgo. Al aplicar
estos elementos al contexto de un largometraje de ficción “basado en una
historia verdadera”, tal y como el disclaimer
al inicio de la misma película presume, Stone el guionista se encuentra frente a
un desafío por partida doble. Por un lado, la necesidad de crear un producto cinematográfico
dramáticamente satisfactorio de acuerdo a las convenciones del drama carcelario
hollywoodense. Y por otro, sabemos tanto por los registros periodísticos de la
época como por el libro que publicó con William Hoffer, además del hecho de que
actualmente vive en libertad llevando de gira un one-man show inspirado en sus experiencias, que Billy Hayes logró escapar
de prisión. ¿Cómo lograr tal producto satisfactorio con una historia cuyo
desenlace se conoce públicamente de antemano? Es aquí donde por primera vez
podemos ser testigos de una de las características primordiales en el sello
fílmico de Oliver Stone; misma que, para bien o para mal, lo colocará en el ojo
del huracán la mayoría de las controversias asociadas por su trabajo: la dramatización
de hechos históricos a través de la modificación total o parcial de circunstancias
en los mismos para beneficio del proceso creativo. Tal dramatización es mejor
entendida al identificarla como equivalente a una serie de pasos estratégicos
según Michel Chion, autor que la describe como el “un tratamiento que se puede
aplicar a cualquier clase de acontecimiento, situación, anécdota (ficticia o
real) para hacerlo funcionar dramáticamente y que se pueda seguir con emoción”. Entre los pasos sugeridos
destacan dos cuya presencia es latente en muchas decisiones estilísticas
tomadas por Stone: la emocionalización
y la intensificación.
La primera de ellas consiste, en básicas
palabras, en contar la historia de manera que involucre al espectador con el
personaje; logrando identificarse hasta cierto punto con su situación. La
odisea de Billy Hayes necesita trascender su status de suceso historio para convertirse en una experiencia emocional
que el espectador pueda creer y sentir. De ahí que uno de los primeros pasos a
seguir tanto para Stone como para Parker haya sido dotar al Billy Hayes fílmico
de una mayor inocencia que el verdadero da la impresión, al menos a primera
vista, de tener en menores proporciones. Cuando su intento por llevarse el hashish sin llamar la atención es
frustrado e interceptado por las autoridades, aprovecha para escapar el acuerdo
propuesto por un agente anti-drogas de delatar a su dealer a cambio de un poco de indulgencia; haciéndoles creer que
los llevará hasta su paradero. Muy renuente a colaborar con los gobiernos turco
y estadounidense, Billy cree tontamente tener otra oportunidad para burlar a
sus captores. El grado al que no tiene la menor idea de la clase de mundo al
que acaba de introducirse (ni nosotros como espectadores) se ve contundentemente
materializado al ser arrestado en el aeropuerto y llevado a una habitación donde
una decena de guardias revisan su equipaje. Stone en el guión y Parker en la
dirección le niegan la posibilidad de saber el significado del dialogo
presuntamente turco a lo largo de la escena; así como se le niega al espectador
subtítulos para la misma. Lo anterior nos coloca en el mismo nivel de
incertidumbre e impotencia; posibilitando la asimilación de sus probabilidades
poco favorecedoras de sobrevivir.
¿Y qué es un prisionero sin una prisión a la
altura de su sufrimiento? Es en este punto donde entra en juego el concepto de
la intensificación, definida por Chion como el “exagerar los sentimientos y las
situaciones vividas” Turquía, lejos de ser un mero escenario para los acontecimientos,
opera de manera activa como el antagonista formal de Billy. Aunque el verdadero
Hayes sufrió torturas y vejaciones, la película no presenta mucha preocupación
por presentar estas realidades de forma culturalmente balanceada. Que los
personajes turcos con mayor trascendencia correspondan a de un carcelero
sádico, un informante traicionero y un abogado corrupto ha ocasionado que, hasta
hoy, la película no pueda evitar ser interpretada como un desprestigio a la
imagen internacional de Turquía; esto último en la opinión de críticos, de miembros
del gobierno turco y del propio Hayes. En el corazón de la controversia, un
ejemplo recurrente para sustentar tal acusación tiene lugar cuando Hayes (Brad
Davis) descubre que su sentencia de cuatro años acaba de ser arbitrariamente
cambiada a una de cadena perpetua. Rojo de ira, arremete sin pelos en la lengua
contra el tribunal de Ankara en uno de los más agresivos alegatos que un
individuo le haya proferido a todo un país:
Para ser una
nación de cerdos, es curioso que no los coman…Jesucristo perdonó a los
bastardos pero yo no puedo ¡Yo odio! ¡Los odio! ¡Odio a su nación! ¡Odio a su
gente! ¡Y me cago en sus hijos e hijas porque son cerdos! ¡Todos son cerdos!
¿Fueron estas palabras pronunciadas por Billy
Hayes? ¿Se trata de su contraparte cinematográfica hablando por si misma? ¿O
tal diatriba de amargura simplemente está dándole voz y rienda suelta a la
furia por muchos años contenida de un hombre que, en la flor de su juventud, estuvo
también muy cerca de ser castigado desproporcionadamente en relación al crimen que cometió?
El guión
tenía una energía volátil. Era una clase de energía muy nueva en aquel
entonces; cruda, tosca y vital…También tenía enojo. Enojo por lo que yo percibí
en ese tiempo como un sistema de injusticias; no sólo en Turquía sino en todas
partes del mundo. Turquía representaba, en mi corazón apasionado, al resto del
mundo.
Durante los últimos años, Stone ha ofrecido
ésta y otras racionalizaciones para poner en contexto la elección de sus
técnicas de dramatización; hasta cierto punto como parte de un intento por
limar asperezas con el pueblo turco. Pero no hay duda alguna de que la semilla
madre de aquella “energía volátil” a la que alude, “cruda, tosca y vital” como
él mismo la describe, fue plantada y nutrida en la tierra fértil de este guión.
Bajo circunstancias controladas pero fuertemente latentes, “Expreso de Medianoche” es responsable
de haber creado al Oliver Stone que todos conocemos. Un narrador furioso y
elocuente que ha tenido la oportunidad de descender hasta algunos de los más
hondos círculos del infierno en la historia contemporánea, volver de ahí a
duras penas entero y proporcionar un reporte de lo que ha visto y padecido en
los mismos. Un dramaturgo simbiótico que, al adoptar historias vividas por
terceros de carne y hueso tales como Billy Hayes, Ron Kovic, Jim Garrison, Richard
Boyle o inclusive Jim Morrison, ha sabido fusionar exitosamente el ADN
emocional de ellos con el suyo propio; dando como resultado de dicho
“mestizaje” una radiografía visceral de Estado Unidos en su pasado y su presente,
así como una reflexión en torno a su futuro.
“¿Qué es un crimen?”, pregunta Billy Hayes al
tribunal que lo ha llevado al límite de su paciencia. “¿Qué es un castigo?
Parece variar de una época a otra y de un lugar a otro. Lo que es legal hoy de
pronto es ilegal mañana porque la sociedad
así lo dice, y lo que era ilegal ayer de pronto ya es legal hoy porque
todos lo están haciendo, y no puedes poner a todo el mundo en la cárcel. No
digo que este bien o este mal. Sólo digo que así es como es.” Puramente Hayes.
Puramente Stone.