Durante estos últimos días, por motivos conocidos en los que
no pienso ahondar, mucho se ha estado hablando de plagios, fraudes y
falsificaciones. Esto ha puesto a quién escribe a reflexionar en torno a los
siguientes acontecimientos. A mediados de los setentas, Elmyr
de Hory amasó una fortuna fabricando y vendiendo obras falsificadas de Picasso,
Matisse y Modgliani a las principales galerías de arte en todo el mundo. Pero
en vez de ir a prisión, pasó sus últimos días en una campiña al sur de Francia;
acompañado socialmente por un escritor llamado Clifford Irving. Poco después,
Irving se convertiría en un timador celebre por derecho propio a raíz del
escándalo por la falsa biografía autorizada que escribió del millonario Howard
Hughes. Para que éste dúo de “farsantes” fuese un trío, faltaba Orson Welles. El
antaño “niño prodigio” de Hollywood recibió del cineasta Francois Reichenbach material
de archivo para un documental en el que éste se encontraba trabajando y que
concernía a la figura de De Hory. Welles se apoderó del material y lo combinó
con otro de su propia cosecha; haciendo de Irving un segundo protagonista. El
resultado es Fraude (F for Fake, 1973); que, sin ser ficción o documental,
constituye lo más cercano que podemos conocer a una forma de “cine-ensayo”. En
este caso, un ensayo cuyo interés radica en explorar la naturaleza de los
fraudes, de aquellos cometidos por De Hory e Irving, y de las formas del mismo
que subyacen en cualquier tipo de representación artística.
La primera
escena involucra al propio Welles en una estación de trenes, entreteniendo a un
par de niños con un truco de magia. Un equipo de filmación encabezado por
Francois Reichenbach registra lo que ocurre. “¿Otra vez con tus viejos trucos?”,
pregunta la modelo Oja Kodar (amante de Welles), a lo que él responde: “¿Por
qué no? Soy un charlatán”. Momentos después, Welles se dirige formalmente hacía
la cámara, a manera de prologo, para afirmar: “Les prometemos que durante la
siguiente hora, todo lo que vean y oigan de nosotros será una verdad basada en
hechos sólidos.” A partir de este momento, cada personaje contradice las declaraciones hechas por el
otro. Entrevistado a cámara, Irving desmiente varios puntos que De Hory se
encargó de perpetrar como parte de su biografía oficial. El propio De Hory
niega haber vendido sus cuadros a particulares, tal y como Irving afirma con
conocimiento de causa. Esto último es cuestionado por Reichenbach, quién
asegura haber sido uno de sus primeros clientes. A las refutaciones se une
Howard Hughes para negar haber autorizado a Irving a escribir sobre él durante
una conferencia de prensa telefónica. Welles pone en duda que esa haya sido la voz
de Hughes, considerando la tendencia del millonario a utilizar dobles. No
contento aún, acaba señalándose a sí mismo como uno más en esta galería de mentirosos.
Después de todo, ¿qué otra cosa fue su legendaria transmisión radiofónica de La Guerra de los Mundos sino un elaborado
engaño que miles de radioescuchas se tragaron sin cuestionamientos?
Decir que la complejidad
de Fraude reside en su trabajo de montaje sería un comentario ingenuo. La película es en sí misma un montaje. Un
calidoscopio de planos y cortes a cada esquina
que se suceden unos a otros a una velocidad que induce vértigo. El collage se ve fortalecido por encabezados de periódicos y fragmentos de noticiarios que
configuran una segunda narración de fondo “objetiva”; operando como contrapunto a los poco confiables
testimonios. Para complicar más las cosas, Welles narra varios segmentos en una sala de edición mientras manipula en una moviola el mismo
filme que
nos encontramos viendo, a manera de un “científico mago” tomando de rehén al espectador y obligándolo a
avanzar en un túnel oscuro a cuya luz en el otro extremo sólo él sabe cómo llegar. Asumiendo, por
supuesto, que haya una luz. Casi como diciendo: “Si, todo es una ilusión y no
hay ninguna certeza. Pero
considerando que
yo soy el mago tras la ilusión, más te
vale permanecer a mi lado; aunque no tengas porque creer la mitad de las cosas que estoy diciendo”.
Fraude fue recibida con indiferencia en América y Europa. Hasta años posteriores, con las facilidades de retroceso y congelamiento de la imagen en el
formato del video, se hizo posible reconocer la relevancia de sus trucos. Welles presumía de ser un mentiroso mientras ofrecía una radiografía de otros más “mentirosos” que él, colocando sobre la mesa
cuestionamientos a la definición de autoría en una obra artística y la necesidad de eruditos en quienes depositar nuestra fe para determinar qué puede considerarse o no como
arte. Si el producto de un falsificador burla el criterio de un experto y hace pedazos su credibilidad, ¿quién es el experto? ¿Quién es el
falsificador? ¿Quién el artista? Elmyr De
Hory alega que si una
pintura falsa permanece en una galería por tiempo suficiente, puede convertirse en una genuina. La era posmoderna,
donde el montaje de Fraude nutre la
identidad visual de instituciones como MTV y la “verdad” en las
imágenes provoca cejas arqueadas en lugar de quijadas caídas, parece allanar el terreno para que el delicioso timo
de Welles viva con el feliz prospecto de dicha suerte.
*Publicado el 26 de Agosto de 2016 en "La Jornada Maya".
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