martes, 26 de julio de 2016

LOS GRITOS DEL PODER


Con las Olimpiadas en Brasil a la vuelta de la esquina, creí oportuno empezar la columna de esta semana por medio de la siguiente cita:

“El cine no me interesa de la misma manera en que les interesa a ustedes. El cine es para mí un medio, incluso para mi suicidio, pero también puede ser una pistola. Yo tengo el valor de apretar el gatillo, pero ustedes no tienen siquiera la humildad de analizar un filme nuevo que no respete las ideas tradicionales de los maestros del cine que han formado su tranquilo aprendizaje (…) Terra em transe no es genial porque no es de ninguno de los cineastas que les gustaría encontrar para hacer sus indagaciones y morbosos análisis. Terra em transe soy yo, Glauber Rocha, de veintiocho años, brasileño, probablemente victima de algunas enfermedades físicas y mentales contraídas de nuestra fauna y flora”.

La siguiente declaración denota la clave latente para aproximarse a la obra de Rocha, exponente primordial del llamado movimiento Cinema Novo que alcanzó su auge en Brasil durante la década de los sesentas y setentas. “Tierra en Trance” (Terra Em Transe, 1967), filme que describe de manera tan vehemente, constituye junto a “Dios y el Diablo en la Tierra del Sol” (Deus e o Diabo Na Terra do Sol, 1964) un testamento a su defensa del arte cinematográfico como herramienta para la transformación social del pueblo brasileño. Filmado en blanco y negro dentro de locaciones en Río de Janeiro, el filme se desarrolla en un país latinoamericano ficticio llamado El Dorado (en referencia a la urbe cubierta de oro que los colonizadores europeos esperaban encontrar en Ecuador) y cuenta la historia del poeta Paulo Martins (Jardel Filho), un anarquista romántico que en sus últimos momentos de vida rememora su pasado como parte de la élite corrupta que gobierna al país. Don Porfirio Díaz (Paulo Autran en un rol cuyo cualquier parecido con el homónimo dictador mexicano es una mera coincidencia), senador elegido recientemente por la derecha que explota a la gente trabajadora y se jacta de poseer un índice alto de los recursos de la tierra y la industria, es para él como una figura paterna. Al mismo tiempo, Paulo tiene una relación con la glamorosa Silvia (Danuza Leao), pero también se enamora de la madura e inteligente Sarah (Glauce Rocha), una comunista opuesta a la élite. Paulo decide separarse de Díaz para convertirse en periodista y escribir poemas revolucionarios. Más tarde, Sarah y sus camaradas le piden utilizar sus contactos en prensa y televisión para desacreditar la candidatura de Díaz a la gubernatura de El Dorado en beneficio de Vieira (José Lewgoy), un candidato comunista y demagogo. Aunque no se siente completamente convencido de las ideas populistas de Vieira, Paulo accede a traicionar a su amigo y mentor, movido por el amor que siente hacía Sarah y su desesperación ante la necesidad de un verdadero cambio en la vida del pueblo.

Una de las características que saltan a la visita en “Tierra en Trance” es su estilo narrativo. Rocha dota a la película de una tonalidad que cualquiera podría sentirse tentado a calificar como “docu – surrealista”, tomando prestados alternadamente elementos del realismo y del barroco. Mientras que la cámara decide por momentos adoptar una postura sobria y distante, en compromiso directo con la realidad que pretende representar, en escenas subsiguientes se da el lujo de ser libre, espontánea y sin control; adquiriendo los rasgos de una farsa carnavalesca y grotesca. Lejos de resignarse a ser participe pasivo en el registro de los estallidos de furia exagerada y sin dirección que los personajes disparan a diestra y siniestra (igual que los disparos de las metralletas), la cámara grita con ellos, medita con ellos y se desespera con ellos; incluso se emborracha con ellos. Esta vorágine extensa de reacciones viscerales parte desde los mismos personajes; quienes muestran síntomas de cualquier otra cosa menos de naturalismo. De hecho, más que personajes, con lo que la película opera en realidad es con arquetipos construidos a la Bertolt Brecht; respondiendo más a símbolos y características genéricas propios de sus clases sociales que a sus rasgos particulares como individuos. Paulo es el poeta romántico buscando una pureza humana que no logra hallar ni en la izquierda ni en la derecha; Vieira es el carismático “líder de masas” que fracasa en el cumplimiento de sus promesas, Sarah la mujer implacable que ha sacrificado su vida por el compromiso a una causa social y Díaz el líder de la derecha nacionalista sosteniendo un crucifijo en sus discursos; como un escudo de armas. Es un relato habitado por personificaciones de ideas y convenciones en la mente del realizador y de muchos otros respecto a prácticamente cualquier régimen en América Latina.

“Tierra en Trance” es una declaración de principios escrita a base de sangre, balas y una dosis estratégica de artificio. Un podio desde el cual Rocha aprovecha todos sus recursos para vomitar (en el buen sentido) algunas de las muchas inquietudes que lo atormentan: ¿Por qué los líderes fascistas logran ejercer tal fascinación sobre los pueblos? ¿Es mejor un demagogo que un fascista? ¿Está el pueblo realmente preparado para asumir el poder? De ahí que se sintiese con la autoridad para afirmar que “Terra Em Transe soy yo”. 


jueves, 21 de julio de 2016

EN TIERRA DE CINEFILOS, "Z CHANNEL" ERA EL REY


En una entrevista radiofónica de 1985, a Jerry Harvey, programador de la estación de televisión “Z Channel”, se le preguntó si tenía otros intereses en la vida además del cine. Con risa nerviosa y semi-autoconsciente, el entrevistado respondió: “¿Qué quieres decir?” Desde 1981, año en que asumió su control, Harvey posicionó al “Z Channel” no sólo como el primer canal de cable especializado en programación cinematográfica sin censura y sin cortes comerciales, sino también como espacio para el consumo sin fronteras de películas entre todos aquellos que, como Harvey, no comían, dormían o respiraban otra cosa que no fuese cine. Cubriendo un amplio espectro de las más diversas y variopintas opciones en  épocas, géneros, corrientes, estilos, autores, nacionalidad y niveles de aceptación popular, tan amplia como para evocar la imagen de una autopista extendiéndose hasta el infinito, pasó a significar para una generación entera de californianos (muchos de ellos futuros cineastas) la única forma de acceso a un menú pudiéndose darse el lujo de abarcar desde blockbusters hollywoodenses que todo el mundo y su abuelita ya conocían como la palma de su mano hasta el mal llamado “cine de arte” europeo (Fellini, Antonioni, Bergman, Godard y cualquiera de los acostumbrados a incluirse en el mismo grupo), documentales, producción latinoamericana e iberoamericana, lo mejor de “bollywood”, cine mudo antes del Código Hays, todas las formas concebibles de “exploitation”, “soft-porn”, serie B, Serie Z…podría enumerar la lista completa; pero por desgracia tengo una columna que escribir.

Traigo esto a colación después de haber encontrado y disfrutado, gracias a una referencia proporcionada por mi amigo Jorge Carlos Cortázar Sabido, el documental “Z Channel: Una Magnifica Obsesión” (Z Channel: A Magnificent Obsession, 2004); mismo que es dirigido por Xan Cassavetes y relata en detalle la historia personal de Harvey, así como el camino recorrido por su canal para transformarse en este oasis ecuménico de degustación fílmica. A pesar de que la factura del trabajo difícilmente parece preocupada por trascender el ya rebasado formato de entrevista en “cabeza parlante” con el que durante un tiempo fue común asociar al cine documental, es la pasión obsesiva de Harvey lo que me impulsa a dedicarle estas líneas. Y el motivo por el cual considero a esta clase particular de pasión merecedora de mi tiempo y mi esfuerzo es tan simple como triste: en muchas plataformas o espacios actuales de acceso público al séptimo arte, sean en físico o en digital, suele brillar por su ausencia. Para alguien como Jerry Harvey, organizar la programación diaria de “Z” iba más allá de simplemente rellenar o alimentar un itinerario. Era una cuestión de visión. Y sobre todo, una cuestión de sensibilidad. Harvey no seleccionaba las películas a transmitir siguiendo consideraciones como time slots, ratings o sectores demográficos. Lo hacía en función de llevar a quién fuera que estuviese sintonizando en ese momento algo que jamás hubiese visto antes; o por lo menos que jamás hubiese imaginado que existía. Era como participar en una exploración de buceo a las profundidades de un océano para traer hasta la superficie un cofre de tesoros perdidos. Títulos que de otra manera habrían languidecido en el anonimato. Fue a mediados de los años setentas, cuando el concepto del “Director´s Cut” no había sido secuestrado aún por los mercadólogos detrás de cada re-edición en DVD y Bluray, que la iniciativa tenaz de Harvey fue instrumental en lograr que el corte completo de “La Pandilla Salvaje” (The Wild Bunch, 1969) con sus 145 minutos intactos pudiese ser visto a través de una proyección en los Ángeles y aderezada con la presencia de su director, Sam Peckinpah. Más adelante, con aprobación de Michael Cimino, “Z Channel” era el único espacio para disfrutar los 219 minutos de “Heaven´s Gate” (1980); logrando tanto darle la distribución honrosa que le fue negada en los cines como convocando exitosamente a una re-evaluación de sus aciertos y desatinos.  ¿Y qué decir de otras obras quizás un poco más oscuras como “Images” (1972) de Robert Altman y “Overlord” (1975) de Stuart Cooper, o títulos notorios como “Salvador” (1986) de Oliver Stone; todos ellos debiéndole el haber podido encontrar un público a la visión de Harvey?

Vivimos en un mundo donde nos encanta fanfarronear lo mucho que contamos con “Neftlix” para todo el entretenimiento que podamos desear. No precisa o exclusivamente cine, pero sí entretenimiento. Tal y como ha sido en el paradigma establecido desde que la videocasetera irrumpió por primera vez en los hogares, es el usuario quien tiene el poder. Pero al igual que como ocurre con cualquier otro poder, es necesario aprender a usarlo con seriedad, imaginación y espíritu aventurero. Quisiera pensar que aún puede ser concebible la idea de que los programadores como Jerry Harvey, a la usanza de maestros, guías o catadores comprometidos, constituyan el factor decisivo en dicho aprendizaje. 

*Viernes 15 de julio en "La Jornada Maya": https://www.lajornadamaya.mx/2016-07-15/Cubriendo-un-amplio-espectro

domingo, 10 de julio de 2016

EL CAMINO A IXTLAN: (RE) DESCUBRIENDO EL CINE DE OLIVER (I)*



Somos opuestos en lo que a nuestros estilos y sensibilidades concierne. A mí no me gusta mostrar nada. Me gustan las cosas sin explicación. A él obviamente no le interesa eso. Me imagino que si Oliver Stone mostrara su película a mil personas y esas mil personas no entendieran exactamente el punto que quiso transmitir, sentiría que ha fracasado.

Quentin Tarantino, guionista, productor, director y actor.


Stone es más político que muchos de sus contemporáneos,  pero sus películas no funcionan como letanías ideológicas. Poseen una energía e intensidad que arrastran al público. Puede que al final tengas preguntas, pero mientras Stone este contando su historia, no hay espacio para nada más.

Roger Ebert, crítico de cine.


Todos parecen tener una opinión respecto a Oliver Stone. Veterano de la guerra en Vietnam y realizador tres veces reconocido con el Oscar, se le considera, en el mejor de los casos, un director audaz, apasionado y un poco extremo en sus decisiones artísticas, pero con un poderoso punto de vista que nunca pierde oportunidad de expresar en la manera más cruda y enérgica que el medio cinematográfico le pueda permitir. En el otro extremo, no falta quienes lo acusan de pretencioso, excesivo, autoindulgente y moralista; más interesado en ser un paladín de la conciencia colectiva de su país que un artista por derecho propio. No fue por nada que el crítico español Carlos Boyero lo calificó alguna vez como “el Pepe Grillo de la cultura estadounidense”.   

No obstante, existe una tercera capa de controversia de la cual toda conversación respecto a su trabajo parece incapaz de sustraerse: la percepción popular que se tiene casi siempre de él mismo; fuertemente cimentada en los excesos registrados dentro de su vida personal, sus presuntamente provocativas declaraciones a los medios, y las incesantes teorías conspiratorias para las cuales se supone que sus películas son plataformas de propaganda. A partir del estreno de “JFK” (1991), el más polémico y comercialmente exitoso título en su haber, la reputación de Stone como un seudo-historiador paranoico y reaccionario quedó establecida de maneras a primera vista irreversibles:

Su extensa lista de oponentes (…) lo caracteriza como un mentiroso, un hipócrita, un megalómano y un charlatán. Se ha escrito que su moral es “repugnante”, que no existe nada “demasiado obsceno, indecente o no ético” que él no haría para “explotar y comercializar una gran tragedia nacional”. Se le acusa de difamación de carácter, de envenenamiento de mentes jóvenes y de sabotaje a la confianza en las instituciones norteamericanas. Algunos han ridiculizado su filme; otros han sugerido que sea boicoteado.[1]

“JFK”,  thriller de corte histórico-político en el cual Stone y su equipo de colaboradores tuvieron la osadía de desafiar la conclusión oficial del informe de la Comisión Warren en relación a la muerte del Presidente de Estados Unidos John F. Kennedy, misma que rechaza tajantemente cualquier posibilidad de que el homicidio haya sido otra cosa que la acción de un único asesino, dio lugar a una sombra de escrutinio bajo la cual la legitimidad de todos los subsecuentes proyectos de Stone estaría constantemente en la mira. Año con año se veía en la necesidad de recordar y rectificar que no era (ni es) un historiador, sino un dramatista con el derecho a una licencia creativa para interpretar la historia más que para limitarse a registrarla. Sin embargo, nadie estaba dispuesto a bajarlo de lo primero, y por lo tanto, a dejar de recriminarle sus interpretaciones.

Intentando derribar lo que él consideraba como uno de los más grandes mitos de su tiempo, Oliver Stone terminó dando vida a otro mito aún más difícil de destruir alrededor de su persona. Y en el proceso, muchos puntos pendientes a discutir respecto a ese espíritu “controvertido” quedaron enterrados. Entre ellos, las circunstancias iniciales que contribuyeron a dotarlo de dicho matiz.




UN RIFLE POR UNA CÁMARA

William Oliver Stone hizo su gran entrada al mundo el 15 de septiembre de 1946 en Nueva York. Su padre, Louis Stone, un adinerado corredor de bolsa en Wall Street, había luchado en la Segunda Guerra Mundial. Durante una breve estancia en Francia conoció a Jaqueline Goddet, a quién poco tiempo después desposaría. Oliver, único hijo de ambos, llevó una infancia privilegiada y tranquila hasta 1962; cuando su padre quedó económicamente arruinado tras realizar una serie de malas inversiones. Esto causó que el matrimonio se disolviera. Durante un breve periodo, ingresó a la Universidad de Yale. Sin embargo, en 1965 decidió abandonarla para partir hacía Vietnam, donde trabajó impartiendo clases de inglés en una escuela de Saigón. Al año siguiente se trasladó por una temporada a México y alquiló un departamento en Guadalajara para intentar escribir una novela. De regreso en Estados Unidos, consideró dar una segunda oportunidad a Yale, pero optó mejor por alistarse en el ejército. Como resultado de tal decisión, Oliver Stone se embarcó, una vez más, a Vietnam. En septiembre de 1967 fue asignado al Segundo Pelotón de la Compañía Bravo, mismo que se encontraba combatiendo en la frontera con Camboya. Durante los quince meses en los que estuvo activo fue herido primero en el cuello y luego en la pierna. Su desempeño lo hizo receptor de varios galardones militares; entre ellos la Medalla “Corazón Purpura” a la valentía.

 Hasta ese momento, al igual que sus compatriotas, Stone estaba convencido de la realidad de una conspiración comunista internacional que hacía justificable la intervención estadounidense en el sureste asiático. Como hijo de un veterano en una guerra anterior, regresó a casa esperando el respeto que  se suponía que vendría asociado al uniforme. Pero el país al que retornaba no era el mismo que había dejado. Poco a poco, comenzó a preguntarse si alguna vez lo fue.

Cuando volví a casa tuve problemas, como muchos veteranos. Fui a la cárcel y tuve…tuve problemas personales durante varios años en Nueva York. Creo que nos encontramos con un país que era hostil con los veteranos y al que la guerra le era indiferente. Y eso nos dolió. [2]

Se dice que Sidarta Gautama  quedó conmocionado al abandonar por primera vez los muros de su palacio y descubrir que, contrario a lo que creía desde su infancia, nadie escapa al envejecimiento, la enfermedad y la muerte. Determinado a vencer estas realidades, se comprometió a llevar la vida de un asceta. No es demasiado descabellado reconocer en el inicio de su despertar existencial aquella clase de dolor a la que Stone alude en sus recuerdos y que lo vincula con el futuro Buda no solamente a nivel espiritual[3], sino también biográfico: el dolor por la pérdida de la inocencia. El descubrimiento visceral de una fuerza corrupta operando abierta o secretamente para encubrir la verdad del entorno y el radical cambió de dirección que la aversión  hacía la misma ocasiona en el individuo conforman no solamente la gasolina emocional que lo propulsó a ingresar a la Escuela de Cine en Nueva York (NYU) bajo la enseñanza de Martin Scorsese y cultivar una  carrera inicial como escritor de guiones, sino también el estimulo  para que Richard Boyle (James Woods) tome partido respecto a la complicidad del gobierno estadounidense con las dictaduras latinoamericanas en “Salvador” (1986), Ron Kovic (Tom Cruise) pase de ser ardiente defensor de la guerra de Vietnam a comprometido opositor de ella en “Nacido el 4 de Julio” ( 1989) y Jim Garrison (Kevin Costner) investigue a fondo el asesinato de Kennedy en “JFK”.  En la vida y en el cine de Oliver Stone, los enemigos del status quo no nacen. Se hacen.




LOS MOTIVOS DEL VIAJE

He estado siguiendo muy de cerca a la carrera de Stone desde mi adolescencia. Más que un “fan” en el sentido tradicional del término, me considero un estudioso apasionado. No obstante, ésta no es una pasión que acostumbre ser compartida o alentada. De hecho, en algunos círculos su imagen se encuentra tan devaluada que el hecho de manifestar un mínimo de interés por su filmografía ha bastado para que mi credibilidad intelectual sea puesta en tela de juicio. Querer apreciar su cine es el equivalente a insistir en apoyar a las Águilas del América: algo para lo cual se requiere de extremadas dosis de paciencia, convicción, agallas y memoria selectiva.

¿Por qué escribir sobre Oliver Stone? ¿Por qué ahora? ¿Para qué molestarse en dedicarle toda una serie de artículos ensayísticos; siendo ésta la primera de diez partes? Podría dar muchas razones. Entre ellas, datos tan banales como el hecho de que septiembre próximo, además de enmarcar su septuagésimo cumpleaños, coincide con el lanzamiento de “Snowden”; su dramatización del controvertido informante de NSA. También podría argumentar las características específicas que lo distinguen de sus contemporáneos. Por ejemplo, que mientras otros directores abordan de manera casual proyectos inspirados en hechos y personajes históricos, Stone ha hecho de dicha costumbre la columna vertebral de su carrera. O que mientras  la mayoría no dispone más que de referencias en tercera persona para  llevar el conflicto en Vietnam a la pantalla, Stone es el único que cuenta con las cicatrices (“Pelotón”, 1986). O que pocos pueden presumir de haber generado un impacto cultural tan grande con alguna de sus películas como para convencer al Congreso de Estados Unidos de conceder acceso público a documentos previamente clasificados (“JFK”, una vez más). Por último, retaría a cualquiera a intentar recordar cuándo se había visto que un estudio de Hollywood otorgase luz verde para editar ni más ni menos que cuatro versiones distintas de un filme considerado de manera unánime como un fracaso artístico y comercial (“Alexander”, 2004, 2005, 2007 & 2013).

Pero hay un conjunto diferente de preguntas que, a nivel personal, considero urgente intentar responder: ¿Por qué se habla tanto de los homicidios en los que se insiste en acusar a “Asesinos por Naturaleza” (1994) por haber inspirado, mientras que nada se menciona sobre su estructura de montaje? ¿Por qué más tiempo y energía suelen ser empleados en descalificar las inexactitudes históricas de “Nixon” (1995) que en observar con atención lo que propone su puesta en escena? ¿Por qué, a pesar de haber logrado acumular por más de treinta años la nada despreciable suma de tres cortometrajes, seis guiones de largometraje, veinte largometrajes de ficción (incluyendo a dos de terror, un film noir y un drama de bomberos), cuatro de documental, quince en calidad de productor (varios a través de IXTLAN; su propia compañía), cuatro proyectos televisivos, seis libros de no-ficción y una novela, la indiferencia que predomina en cuanto a una discusión seria de los meritos en su trabajo sugiere que debería resignarse a llevar en su epitafio la mera distinción de haber hecho una película sobre una conspiración para matar a un presidente?  Y sobretodo… ¿Por qué es importante para alguien como yo la posibilidad de que lo contrario llegue a ocurrir?

Me encuentro más que dispuesto a incluirme entre los primeros en reconocer que con trabajo ha producido algo cinematográficamente significativo desde “Un Domingo Cualquiera” (1999). Pero incluso en sus recientes proyectos de factura menor existen elementos esperando a ser expuestos bajo una luz quizás un poco más clara y justa. Asimismo, aunque podemos reservarnos el derecho de objetar a sus premisas ideológicas, lo anterior no tiene que constituir un obstáculo insorteable en el camino a la comprensión de lo que, para bien o para mal, hace único a su estilo.  

He decidido emprender este viaje de auto – redescubrimiento para reflexionar en torno a lo que el cine de Stone representa para mí, lo que representa para sus detractores y lo que representa en relación al panorama fílmico de la actualidad. Con dicho propósito, planeo retomar títulos que no volví a ver desde su paso por salas de cine o rentadoras de video, acercarme a otros que me eran hasta ese momento indiferentes y visitar por enésima aquellos que conozco como la palma de mi mano; pero ahora con un distinto par de ojos. No pienso hacerme de la vista gorda en cuanto a sus debilidades, pero tampoco convertirlas en el eje  de mis disertaciones. Los aspectos formales en lo referente al manejo de política e historia serán abarcados, pero siempre en cuanto a herramientas en servicio de la película propiamente dicha.  A través de entregas quincenales estructuradas en bloques temáticos, pretendo llevar a cabo un esfuerzo comprometido por elevar la discusión en relación a los aciertos y desaciertos de su cine hasta el nivel que creo correspondiente.

Como mencioné al principio, todos tenemos una opinión sobre Oliver Stone. El descubrir cuantas de ellas prevalecen al final de la travesía por las razones correctas o incorrectas lo dejo en manos de quién decida acompañarme.



[1] Anson, Robert Sam, The Shooting of JFK, Revista Esquire, Diciembre de 1991.
[2] Oliver Stone, en el documental Backstory: “Born On The Fourth of July”, 2004.
[3] Poco después de finalizar la filmación del largometraje “Entre el Cielo y la Tierra” (1993), Stone se convirtió formalmente al Budismo. 

*http://yucatancultura.com/cine/el-camino-a-ixtlan-re-descubriendo-a-oliver-stone-i/


LUIS BUÑUEL (1900 - 1983): DEPENDIENDO DE A QUIÉN SE LE PREGUNTE*


¿Cómo definir a Buñuel?  ¿Qué adjetivo asignarle para adquirir una visión panorámica de su vida y su cine? ¿Qué etiqueta o mote, si  se quiere ver vulgarmente, para brindarle una idea a cualquier neófito respecto a lo mismo? Pero sobre todo, ¿cómo catalogarlo a nivel histórico, cultural o geográfico? Cuestiones harto complejas; tomando en cuenta que, tal y como la evidencia permite entrever, a treinta y tres años de su muerte por cumplirse a finales de este mes, difícilmente existe una versión única y definitiva.

Don Luís, el hombre de carne y hueso, llega al mundo a través de la provincia española de Calanda. Sin embargo, Buñuel el realizador constituye una invención francesa. La afición por el séptimo arte surge en Madrid, cuando todavía forma parte de la hoy en día famosa Residencia de Estudiantes; contando con la buena estrella de coincidir junto con otros dos  futuros gigantes de la cultura ibérica: Federico García Lorca y Salvador Dalí. Sin embargo, la confirmación de la vocación para el mismo se da sin duda alguna en Paris, a partir de su incorporación al movimiento surrealista de André Bretón con “Un Perro Andaluz” (1929) y “La Edad de Oro” (1930). Y sin embargo, es en México, exiliado voluntariamente de su tierra natal e inmerso hasta el cuello en las convenciones tanto melodramáticas como artesanales de la insistentemente llamada “Época de Oro”, donde surge “Los Olvidados” (1950); cinta que consigue colocarlo en la mira a una escala internacional (en buen y mal sentido). Pero como si eso no fuera suficiente, recordemos, o en su caso tomemos en cuenta, que la que por mucho merece recordarse como la más polémica y subversiva de sus obras, “Viridiana” (1961), además de la distinción de haber sido condenada abiertamente por el Vaticano, cuenta con la de haberse podido realizar dentro de España y durante pleno régimen franquista.  Y, por supuesto, ¿cómo atreverse a olvidar siquiera su segundo periodo francés anclado en la década de los setentas, en el cual, con el beneplácito del empresario franco-polaco Serge Silberman en la producción y la colaboración de Jean Claude Carriere en la escritura de guiones, ejemplos desbordados de excentricidad y desfachatez fueron posibles en “El Discreto Encanto de la Burguesía” (1972), “El Fantasma de la Libertad” (1974) y “Ese Oscuro Objeto del Deseo” (1977)?

Advirtiendo la manera en que estuvo alternando a lo largo de su vida y de su carrera entre tres países distintos, tres culturas distintas, y por consiguiente, tres estadios diferentes de su propia historia, como alguien quitándose y poniéndose constantemente tres diferentes sombreros para diferentes ocasiones, a nadie debería tomarle mucho tiempo caer en la cuenta de que, tanto a su cine como a él mismo, las definiciones o etiquetas no le hacen falta ni el más mínimo favor. 

*Publicado el Viernes 8 de Julio en "La Jornada Maya": https://www.lajornadamaya.mx/2016-07-08/Los-ojos-de-la-bestia

viernes, 1 de julio de 2016

¿QUIEN CORTA DE ÚLTIMO RÍE MEJOR?*


Esta semana marca el lanzamiento de la “Edición Definitiva” de “Batman Vs. Superman: El Origen de la Justicia” en Blu Ray. Sí, sí; ya sé…reconozco que últimamente le he dedicado más espacio del que en realidad merece. Pero hoy no escribo las siguientes líneas para hablar sobre la película en sí. Escribo más bien para resaltar el hecho de que este nuevo corte presume de 30 minutos omitidos de la versión originalmente distribuida en cines. Escribo para cuestionar por motivos que considero legítimos a los reportes que señalan a esta versión como evidencia de una considerable compensación de los huecos narrativos en cuya existencia tanto críticos como fans renuentes parecen concordar. Escribo para convocar a una reflexión en torno a qué tanto crédito se le puede dar a las aseveraciones de que esta “Edición Definitiva” representa la reivindicación creativa de realizadores como Zach Snyder; la pieza que falta para terminar de cimentar la narrativa popular del artista visionario dándose golpes contra el sistema de Hollywood con “S” mayúscula; bajo la cual toda queja respecto al grado de satisfacción con el producto final debe ser atribuida no a las decisiones del fabricante, sino a las de sus superiores en traje y corbata escondiéndose debajo de sus escritorios. En suma, escribo para establecer una brecha de discernimiento crítico en relación a tres distintos escenarios donde, en mi opinión, es común que opere el concepto del “director´s cut” (“corte” o versión del director): en calidad de sanación de la obra, de explotación mercenaria de la misma y de pretexto para re-direccionar culpas y responsabilidades después del hecho.

Para brindar mayor claridad a los puntos que intento establecer, me permito introducir un poco de contexto. A diferencia de lo que muchos imaginan, una película no se “escribe” una, sino varias veces. La última de ellas se da en la edición; etapa donde se determina su duración y forma definitivas. Se da por entendido que el corte editado y enviado a la cartelera local se trata de la versión con la bendición formal del realizador. Sin embargo, cualquier parte involucrada en el financiamiento del proyecto (productores, inversionistas, distribuidores, etc.) cuenta con derecho a imponer cambios en la edición que, a su modo de ver, ayudarán a que la película cuente con mayor atractivo comercial. Dichos cambios a menudo pueden incluir un final más positivo, menos ambigüedad en la trama y omisión de escenas explicitas que la predispongan a una clasificación restringida para la admisión de menores de edad; limitando así el prospecto de un mayor número de proyecciones en cada sala. La “versión del director”, con la totalidad de escenas, diálogos, nivel explicito y otros elementos según la visión del autor, rara vez logra llegar a la luz del día porque pocos directores cuentan con el privilegio del “final cut” (corte final); es decir, el poder irrevocable de decisión respecto al corte oficial que acabará siendo visto por el público.

Las batallas entre creadores y ejecutivos por este derecho no han sido pocas ni sutiles. Basta recordar que, a mediados de los ochentas, Terry Gilliam compró una plana entera en “Variety” para ejercer presión pública sobre Sid Sheinberg, presidente de Universal Pictures, con tal de que accediera a estrenar comercialmente su versión de “Brazil” (1985) con 142 minutos. Sergio Leone, por otro lado, tuvo que irse a la tumba insatisfecho del corte con que “Erase Una Vez en América” (Once Upon a Time in América, 1984) debutó en un principio; habiendo sido ensamblada por un comité incapaz de pensar en términos más allá de la mera narrativa lineal. No obstante, tampoco olvidemos que fue esta misma década la que atestiguó el advenimiento del mercado home video (Betamax, VHS, DVD); y con él, la transfiguración del “final cut” en una preocupación mercadológica antes que artística. Si “Blade Runner” existe tanto en su versión de 1982 como de 1993, se debe a que únicamente tras descubrir las señales de su lucrativa segunda vida en video fue que las cabezas de Warner Bros. decidieron que no les implicaba ningún daño hacerle saber al mundo que los unicornios solían ser un elemento importante en la historia. Gracias a éste y otros casos, el concepto se trastocó en sinónimo de una versión más larga de la misma película, y por consiguiente, “mejor”. Pero, ¿cuánto de lo que se re-incorpora, en teoría por iniciativa del director, perfecciona o fortalece la repetición de la experiencia? ¿En verdad necesito ver un segundo encuentro en la edición redux de “Apocalypse Now” (1979) con las conejitas de Playboy?  ¿Es la versión de “Heaven´s Gate” (1980) con 149 minutos, que Michael Cimino re-editó y re-estrenó personalmente al darse cuenta de la monumental metida de pata que fue su corte original de 219 minutos, suficiente para un modesto lugar en el purgatorio de la posteridad cinematográfica? Me alegra que Oliver Stone haya tenido cuatro oportunidades para editar “Alexander” (2004). Pero aunque lo hiciese un millón de veces, nada cambia el hecho de que Colin Farrell y Angeline Jolie se ven tan creíbles en calidad de madre e hijo como un zorrillo haciéndose pasar una cebra.

Asumiendo que las circunstancias de Snyder lo hagan merecedor de tanta simpatía como Gilliam, espero que su “Edición Definitiva” refleje bien lo que se supone que él tenía en mente. Sería una lástima que tanto esfuerzo y trabajo duro no sirviesen más que como un ejemplo más de por qué tener el último corte no equivale siempre a tener la razón. 

*Hoy en "La Jornada Maya": https://www.lajornadamaya.mx/2016-07-01/Batman-vs--Superman--El-Origen-de-la-Justicia