Al igual que muchos leyendo estas líneas, recibí con shock, indignación y tristeza la noticia
de los trágicos acontecimientos acontecidos el pasado 12 de junio en Orlando.
Al mismo tiempo, los detalles de la masacre llegaron a un servidor con la plena
conciencia de que, en el transcurso de los últimos meses, tanto en nuestro territorio como en el del norte, la homofobia
ha encontrado caldo de cultivo en ciertos debates públicos (la segregación en
baños públicos hacía la población transexual, la posible aprobación de la
reforma federal para reconocer al matrimonio igualitario, etc.) Justamente el
viernes antes de la masacre, abordé en esta columna la visión hetero-normativa
de las variadas representaciones con que la comunidad LGBT ha contado a través del
cine hollywoodense. Entre las películas citadas como referencias, destaca una en
particular que, considerando las circunstancias de tan lamentable suceso, al
igual que los tiempos ideológicamente sensibles en los cuales vivimos, no dejo
de preguntarme si existiría hoy en carteleras. Una obra con la tendencia de
figurar como una más en la trayectoria de su realizador; a la vez que militantes
de la diversidad sexual, por motivos variablemente legítimos, insisten en
recordar como infame.
“Cruising” (1980) es un thriller del subgénero slasher
con tintes de noir (si no tienen idea
de lo que hablo, den gracias al Dios en el que crean por la existencia de
Google), dirigido por William Friedkin (“El
Exorcista”, The Exorcist, 1973) y basado libremente en la novela homónima
de Gerald Walker. Al Pacino interpreta a un policía de Nueva York llevando a
cabo una misión como agente infiltrado en los antros sadomasoquistas gay mientras va tras la búsqueda de un
asesino que elige sistemáticamente a sus víctimas de acuerdo a su preferencia
sexual. Para obtener la mayor autenticidad posible, se ve en la necesidad de asimilar
los códigos de conducta y convivencia dentro de dicho mundo. Como resultado,
termina gradual y psicológicamente afectado; llegando inclusive a cuestionar su
identidad. Considerando lo que acabo de describir (y otras cosas en la película
propiamente dicha), no es necesario tener un I.Q. de 139 para imaginar el
motivo por el cual agrupaciones anti-difamatorias de la época decidieron
boicotear activamente el rodaje. Ante los irritados y resentidos ojos de sus
detractores, la puesta en escena de “Cruising”,
sostenida en gran parte por la mirada predominantemente heterosexual con la que
era común que el cine norteamericano se dirigiese a temáticas de este mismo calibre,
de ningún modo la hacía inmune a preconcepciones típicas respecto al entorno
que pretendía representarse. Entre ellas, la visión de éste a la manera de un inframundo
oculto entre los rincones sombríos y periféricos del resto de la sociedad
humana; donde la atracción por el mismo sexo opera en función de un contagio
por convivencia o como causa para ser brutalmente asesinado.
Tres décadas más adelante, con la neblina de aquella controversia
disipada, así como un mayor número de alternativas en los medios para encontrar
ejemplos más dignos de vida LGBT, se hace preciso echarle una segunda mirada al
filme; en esta ocasión a la luz de ciertas consideraciones. Por ejemplo, que en
vez de limitarse a ser una adaptación del libro de Walker, el producto final
apenas conserva su premisa original y la adereza con reportes periodísticos de
“homo-cidios” en la zona oeste de Manhattan; así como con la experiencia del agente
Randy Jurgensen, quien, igual que el personaje de Pacino, trabajó encubierto en
clubes nocturnos con el objetivo de atraer al autor de estos crímenes. Sin
embargo, el más significativo de todos probablemente sea el hecho de que “Cruising” no adopta como sede a este
mundo debido a su periferia homosexual, sino a pesar de ella. Lejos de pretender
elaborar un elaborado comentario social al respecto, la decisión de hacer avanzar
la trama en este entorno obedece al interés de Friedkin, en sus palabras, por “usar
un mundo tan inusual como trasfondo de una historia de misterio y asesinato”. Si
hemos de catalogar al filme como “homofóbico”, tendría que ser en la misma medida
en que “La Novicia Rebelde” (The
Sound of Music, 1965) merecería serlo como historia en torno al régimen Nazi, “Lo que el Viento se Llevó” (Gone With
The Wind, 1939) como reportaje de la Guerra Civil Estadounidense y “La Vida de Brian” (Life of Brian,
1979) como biografía de Jesucristo. Se trata, descubrimos y entendemos
entonces, de una elección más estética y accesoria que ideológica. Más cinematográfica
que propiamente política.
Si William Friedkin hubiese tenido la más mínima
intención de crear un retrato formal de la contracultura gay a fines de los años setentas, justo resulta asumir que lo
habría hecho. Pero en su lugar, su intención iba encaminada hacia la creación
de algo más interesante, complejo y trascendente: un ensayo sobre la frágil
maleabilidad de la sexualidad humana, así como las maneras en que las rígidas
actitudes culturales en torno a ellos contribuyen a la generación de conflictos
tanto entre los individuos como entre las sociedades.
*Publicado hoy en "La Jornada Maya": https://www.lajornadamaya.mx/2016-06-24/Cruising-con-Al-Pacino