A menudo me preguntan qué considero
que hace a una buena película. ¿Qué debe tener? ¿Qué debe hacer para ser
considerada como tal? Dar una respuesta no es fácil. Por lo general, suelo
responderla primero en un sentido negativo. La recaudación de taquilla, además
de que dista mucho de ser el criterio correcto, conforma un parámetro
insultante. La falacia de que la popularidad equivale a la calidad no tiene
mayor sustento que aquella estipulando que, porque muchas moscas comen excremento,
debería estar considerando incluirlo en mi dieta. Por otro lado, no concedo credibilidad
a los premios y galardones que pueda tener, por más larga que sea la lista de los
mismos en el cartel o al reverso del estuche de su DVD. Descartadas ambas
opciones, se me tiende a etiquetar como uno de esos insufribles snobs que no toman en serio otra opinión
más que la de los sacrosantos y prestigiosos críticos. Pero sorprendentemente, el
asunto tampoco va por ahí. La crítica es
una labor humana; y por definición, potencialmente falible. Entonces… ¿qué es
lo que creo que hace buena a una película?
Quizás la dificultad para responderla se remonte al planteamiento de la
pregunta. “Buena” constituye un término muy amplio que, por pura necesidad,
habría que transformar en un equivalente que permita elaborar una opinión con
mayor flexibilidad. Dicho equivalente bien pudiera ser “trascendente”. Asumamos
entonces que, más que “buenas” o “malas”, hay películas trascendentes o irrelevantes.
Aquellas eternas y aquellas desechables. Las que siempre dan algo de qué hablar
o pensar y aquellas por las que no vale la pena invertir una gota de saliva o
centímetro de materia gris. Aquellas que vivirán para siempre a medida que
sigan siendo re-descubiertas, frente a otras condenadas a languidecer en los
abismos del olvido.
¿Es “Ciudadano Kane” (Citizen Kane, 1941), opera prima de Orson Welles que hoy cumple 75 años de filmarse y estrenarse,
una buena película? El dictamen personal de dicha cuestión, sea o no con
fundamentos, se la dejo a cada espectador que se tope con ella. Sin embargo, no
tengo empacho en calificarla como trascendente. Y más que trascendente, diría
también que importante. Y mucho más que importante, NECESARIA. Al menos para
quienes tomamos al cine lo bastante en serio, en lugar de como una mera afición
o capricho. El hecho de que por varias décadas haya encabezado las listas de
las supuestas mejores películas en la historia no sólo es inexacto como
fundamento de lo anterior, sino también risible. Para entender en verdad lo que
la hace especial, habría que comenzar agradeciéndole el haber hecho por el
séptimo arte lo mismo que “Don Quijote
de la Mancha” hizo cientos de años antes por la literatura: establecer un
estándar. Abrir las puertas a un parámetro de innovación con el cual
desarrollar una visión de lo que el arte cinematográfico solía ser, lo que es
actualmente y lo que pudiera llegar a ser.
“Ciudadano Kane” es, en otras
palabras, responsable de la narrativa moderna en su propio medio.
Lo curioso es que, al igual
que con la obra de Cervantes, no es la película propiamente dicha sino la leyenda
alrededor de la misma lo que ha logrado abrirse camino con mayor durabilidad en
los rincones del de la cultura popular y del inconsciente colectivo. Gracias a
incontables menciones, homenajes, burlas y parodias por cortesía de series de
televisión, historietas, canciones, caricaturas o pseudo-intelectuales ávidos
de atención, estamos por lo menos enterados de que la película existe. Junto
con “Casablanca” (1942), parece ser
la más grande película que pocos en verdad han visto. O en términos más burdos,
el equivalente al sexo entre adolescentes de preparatoria: todos hablan de
ello, todos dicen saber cómo se hace y a nadie le consta haberlo hecho. Por
otra parte, es muy probable que muchos espectadores jóvenes animados a “perder
su virginidad” con ella se lleven al principio una ligera sensación de haber
sido timados. Considerando el elevado nivel de expectativas que las referencias
previas les han predispuesto a tener, han de ser propensos a fallar en darse
cuenta de que su importancia reside en cuanto a producto surgido entre las
limitaciones de su tiempo. Fallar en darse cuenta de que su estructura no-lineal,
sus planos en contrapicado, su manejo de sombras y sus composiciones de
encuadre merecen ser vistos no en relación de lo que significan para el cine
que conocen sino para el que aún no conocen. De que los primeros experimentos
de Lumiere y Edison, Melies y la escuela de Brighton, el primer cine mudo y el
primer sonoro, así como también el expresionismo alemán, constituyen las
verdaderas referencias con que les conviene estar armados para verla por
primera vez. De este modo adquirirán una idea más clara de cómo los logros de
aquellas encontraron su apoteosis en los de ésta.
*Publicado el Sabado 4 de Junio en "La Jornada Maya"
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