miércoles, 4 de noviembre de 2015

NIXON & YO

Varios profesionales de las ciencias sociales atribuyen al ser humano un modo de pensamiento fundamentado en el empirismo y la evidencia verificable para comprender el mundo. A esta vertiente, normalmente el área de historiadores, científicos y académicos, llamémosle para efectos prácticos modelo paradigmático. Sin embargo, una segunda manera de llegar al mismo objetivo consiste también en lo que se denomina como el modelo narrativo.  A diferencia del anterior, preocupado por elaborar un criterio en la búsqueda de la verdad a través de la claridad y precisión de los hechos, el modelo narrativo recurre a elementos básicos de la ficción dramática (escenario, personajes, conflicto y resolución) para ayudarnos a entender qué es lo que nos hace humanos en cualquier momento y lugar de la historia. En pocas palabras, sus intereses apuntan hacía una “verdad narrativa”; en contraste directo con una verdad meramente histórica. He aquí el terreno de las novelas, los poemas, cuentos, leyendas, programas de televisión, y desde luego, el cine; el medio narrativo más poderoso que jamás se haya creado.

Oliver Stone figura como uno de los realizadores que con mayor constancia ha dedicado su filmografía a la comprensión del pasado contemporáneo de su país por medio del modelo narrativo. Filmes como “Salvador”, “Nacido el 4 de Julio”, “Los Doors” y “JFK” toman a personajes de la historia estadounidense para hacerlos más grandes que la vida misma y desafiar la percepción que solemos tener de ellos. Al igual que Homero, Shakespeare y Tolstoi, adaptan el pasado, lo simplifican y lo elevan. Si me preguntan, eso es lo más extraordinario que el cine puede hacer: seleccionar cualquier aspecto de la realidad que vivimos y reducirlo a su más básico significado emocional. Ningún ejemplo de lo anterior ha logrado ser tan fuerte en mi vida cinematográfica como el de "NIXON" (1995)

Cuando la vi por primera vez, mis conocimientos sobre Richard Nixon y Watergate eran pobres. Por no decir nulos. Sabía que en algún momento había sido presidente gringo. Sabía que había hecho algo muy malo que lo obligó a renunciar. Y de manera burda, sabía de él por sus constantes apariciones en episodios de “Los Simpson”. De modo que la película entró a mi vida sin expectativas de por medio. Agradezco todos los días que así haya sido. Porque fue el verla bajo tal aura de ignorancia lo que hizo posible que sus diversas referencias alrededor de la Guerra Fría y la Bahía de Cochinos (la mayoría de las cuales no comprendí en ese entonces) pasaran a un segundo plano y pudiese tener acceso al corazón de la historia: Un hombre cuya inteligencia y habilidades de liderazgo fueron los mismos factores que intervinieron en su caída. Un hombre perseguido a todo momento por sentimientos de inseguridad y paranoia. Que durante toda su vida soñó con ser tocado por la grandeza y que al final de la misma sólo halló infamia. No es la simple biografía de un presidente. Es una tragedia épica.

Después de eso, me convertí en una especie de “Nixon Yunkie”. Quería más. Leí cualquier cosa sobre Nixon y Watergate que llegase a mis manos. Vi otras películas que tocasen el tema; incluyendo documentales. No porque admirase al hombre. Personalmente, no veo mucho que admirar en Richard Nixon per se. Pero su tragedia siempre me hacía regresar a él. Su tragedia. Pocas veces una vida ha encajado de manera tan conveniente con los requisitos de un drama. Como si su existencia hubiese sido diseñada para ello.

No voy a mentirles. Esta es una película larga y cargada de información histórica que tal vez algunos sentirán confusa. Sin embargo, es importante para mí por el siguiente motivo. Teniendo ya más de 30 años y habiendo visto muchas películas diferentes, me parece justo aprovechar el momento para preguntarme: ¿Qué es exactamente lo que aún me obsesiona tanto de ella? ¿Será acaso su estructura subjetiva y no lineal saltando en el tiempo y el espacio de acuerdo al estado mental de Nixon? ¿La fotografía a cargo de Robert Richardson que obedece a la misma lógica? ¿El uso eclético de diferentes formatos (8 y 16 mm, color, blanco/negro y stock) que fue perfeccionado en “JFK” y llevado a su mayor extremo con “Asesinos Por Naturaleza”? ¿La sombría música de John Williams que ayuda a imaginar la Casa Blanca como el Xanadu de “Ciudadano Kane” o la Corte de Elsinore en “Hamlet”? ¿La titánica personificación de Sir Anthony Hopkins en el papel titular? ¿O será la posibilidad, aunque no esté dispuesto a confrontarla, de que haya algo de Nixon en mí? ¿O en cualquier persona?

Estamos más que acostumbrados a juzgar a los líderes. Casi siempre, con mucha justificación. Damos por hecho que el poder en sí mismo es corrupto. Que las virtudes de un político siempre son los defectos de un hombre honrado. Pero, ¿quién de nosotros sería realmente inmune a las tentaciones del poder en cualquier área de la vida? ¿Quién es incorruptible? ¿Quién puede presumir de estar exento del potencial para ser un Nixon? ¿O un Bush?  ¿Quién puede vivir dentro de ese sistema y hacer uso de sus privilegios sin verse obligado a darle la razón a Shakespeare cuando dice que “pesada es la cabeza sobre la cual descansa la corona”?  

Es mi apuesta y esperanza que, quienquiera que se anime a buscarla después de leer esto, termine haciéndose las mismas preguntas. 

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