jueves, 5 de noviembre de 2015

LAS RAZONES DE LA PASIÓN: ¿POR QUÉ "AMAMOS" AL CINE?


“Desde sus inicios, hace poco menos de un siglo, el cine ha atraído al gran publico sin la necesidad de una guía. No hay duda: cualquier persona puede ser cautivada por el cine. Y es en su accesibilidad donde radica su popularidad. Este texto, por lo tanto, no pretende llamar la atención sobre las cualidades cinematográficas, sino documentar el interés del lector e iniciarlo en una visión más informada del cine.” 

Palabra por palabra, así arrancaba la primera pagina del pequeño, amarillento y hasta cierto punto deshilachado libro que encontré aquella nublada tarde del otoño de 1998, en el rincón olvidado de la librería del Centro Cultural Dante. Se llamaba “Cómo Acercarse al Cine”, escrito por Leonardo García Tsao y publicado a finales de los ochenta por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. A juzgar por lo poco cuidado de su portada, un tiempo considerable tuvo que haber transcurrido desde la última vez en que alguien se fijó en él. Quisiera pensar que estuvo esperando por mí, pero mi romanticismo tiene un límite. Además, nadie en mi situación hubiera apreciado lo decisiva que probó ser aquella única y descuidada copia. A mis incipientes quince años, ¿qué sabía yo sobre cine, más allá de ocasionales boletos al 2x1, transmisiones en televisión o rentas en VHS para fines de semana? Era una costumbre, una mera distracción...nada demasiado importante. Hasta que comencé a leer ese libro. 

Hagamos flashforward a 2015. Decir que muchas cosas han cambiado desde entonces sería una burda subestimación. Rescatar hoy en día ese mismo libro de la oscuridad de un anaquel, aún por accidente, resultaría tan corriente como un chiste de Pepito. Sobre todo porque los jugosos secretos contenidos en sus páginas son cualquier cosa menos secretos. Ninguna obra fílmica, al igual que la bibliografía pertinente a la misma, se encuentra demasiado lejos de unos “clicks”. En ese sentido, no es ninguna sorpresa que, al menos cuantitativamente, Mérida manifieste señales de estar viviendo una cierta fertilidad cultural alrededor del séptimo arte. Mientras que años atrás las proyecciones del Mtro. Mario Helguera Bolio representaban el único refugio donde se podía tener acceso a un catalogo fuera del “menú” semanal de las carteleras comerciales, otros espacios para una cultura cinematográfica más incluyente han brotado en tiempos recientes; como frescas hierbas después de un largo periodo de sequía; la mayoría de ellos con enfoque particular hacía el público universitario/juvenil. Como aconteció en el resto del mundo, la “tecnología de la democratización” digital hizo concebible la noción, a pasos agigantados, de contar con uso personalizado de herramientas profesionales básicas para una producción audiovisual; fuese por principiantes o expertos. Muchos de quienes destinan ese equipo para sostenerse con grabaciones por encargo mientras desarrollan proyectos personales a manera de "hobby"y esperan ser descubiertos como los herederos de Stanley Kubrick, se sienten tan optimistas que incluso aseguran estar ayudando a formar una "industria" local cinematográfica. ¿Y que hay de quienes no hacemos cine pero escribimos sobre él?  Hasta con un blog el cielo parece el límite (Y aunque no lo crean, sí; reconozco la hipocresía). Roger Ebert tenía lectores. Quienes quieran seguir sus pasos sólo necesitarán seguidores y miles de "likes". 

En pocas palabras, deberíamos estar felices. Digo, hemos ganado la lotería, ¿verdad? Un mundo de cine por y para todos. Todas las películas en nuestras pantallas, incluso en la palma de nuestra mano. Todos pueden ser Kubrick. Todos pueden ser Ebert. !Viva la era de oro! !Hurra por nosotros, los afortunados de vivir en este milenio! 

Y sin embargo, no estoy celebrando nada. Es cierto, el cine está en todas partes. Como el agua, o el oxigeno. Nos hemos acostumbrado a tenerlo con tanta facilidad y en tantas formas diferentes, que ni siquiera sentimos la obligación de pensar en y acerca de él. En la medida en que tenerlo no implica esfuerzo o sacrificio alguno, atrofiamos la capacidad de mantener el debido nivel de importancia que a programadores, aspirantes a cineastas y académicos nos corresponde. LO HEMOS DADO POR SENTADO. Pese a tantos espacios y oportunidades, nos hemos malacostumbrado a una actitud general respecto al cine en niveles superfluos, cómodos e intelectualmente cobardes; con parámetros obedeciendo más a gustos y emociones que a un entendimiento profundo; y de paso, jugando un papel primordial en la sustitución de argumentos por relativismos y racionalizaciones. Insistir en que "los gustos rompen géneros" para defender los defectos evidentes de una película merece ser visto a estas alturas como lo que en verdad es: una artimaña desesperada que, curiosamente, es de bastante mal gusto. 

No sugiero eliminar cualquier consideración emocional en la lectura de un filme; lo cual sería injusto. Mucho menos que el espectador casual debería sentir vergüenza por no saber tanto como Christian Metz; lo cual sería absurdo. Mi llamado a un compromiso intelectual se encuentra dirigido, de manera particular, a quienes forman parte del panorama cultural cinematográfico de nuestra entidad sin otros motivos más allá de tener un "gusto" por el cine. Quienes se ufanan de ser críticos mientras hacen uso arbitrario de los términos “crítica” y “reseña” como si fuesen sinónimos. Los auto proclamados "hijos de Kubrick" que difícilmente han visto otra pieza del maestro además de “Naranja Mecánica” (1971). Los estudiantes de comunicación empeñados en llenar su primer cortometraje de planos-secuencias cuando ni han entendido cómo encender una cámara. Los videoastas esperando a que apoyos estatales para producción caigan del cielo mientras insisten en seguir viendo una industria donde lo que hay, al menos por ahora, no es más que esfuerzos dignos de aprecio pero a fin de cuentas aislados. Estas lineas no conforman un ataque ni un reclamo. Es una invitación a la sensatez con la mejor de los intenciones. A sacudirse las pretensiones y armarse de suficiente valor para admitir (si tal es el caso, desde luego) que saben muy bien que no saben. O al menos que no saben tanto como les gusta creer. Pongan en duda lo que conocen, como un creyente poniendo su fe a prueba. Vean más. Lean más. Reflexionen. Argumenten. No renuncien a la pasión, pero tampoco permitan que los engañe. No se limiten a declarar“amo el cine”. No insulten esa clase de amor dándolo por sentado. Y si hay que volver a comenzar desde el principio, no teman. Será tan sólo el primer y más importante paso hacía algo mejor. 

No pretendo ser mejor que ustedes. De hecho, estoy seguro que ninguno repitió tantas veces estos errores como un servidor. Sin mencionar los que de vez en cuando todavía se cometen. García Tsao no cambió al instante mi manera de ver y entender el cine. Pero constituyó el primer paso en un extenso camino de auto-reflexión, en cuyo momento actual, para bien o para mal, me siento bastante seguro para no solamente seguir apreciándolo, sino también continuar cuestionando el por qué es tan importante para mí. ¿Por qué hay películas que no puedo dejar de ver? ¿Por qué desearía jamás haber visto otras? ¿Por qué estoy dispuesto a usar uñas, dientes y argumentos en defensa de unas y a sospechar de quienes hagan lo mismo por otras? ¿Por qué me niego a reducirlo a condescendientes etiquetas como “hobby”, “afición” o “pasión”?  Quizás porque, al igual que en todo amor verdadero, nadie puede darse el lujo de medias tintas.

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