domingo, 10 de abril de 2016

AFUERA EL VENENO: LOS 40 AÑOS DE "TAXI DRIVER"*



En 1973 estaba pasando por una racha particularmente mala; viviendo casi siempre dentro de mi auto en Los Ángeles. Manejando de noche, bebiendo en exceso, asistiendo a cines porno (…) Finalmente, acabé en una sala de emergencia por una ulcera. Mientras estaba en el hospital, me di cuenta de que no había hablado con nadie en dos o tres semanas. Entonces me vino a la mente la imagen del taxista moviéndose por la ciudad en su taxi; dentro de su ataúd de metal en medio de mucha gente y a la vez absolutamente solo” 

Con estas palabras de la biografía “Martin Scorsese – A Journey” por Mary Pat Kelly, el veterano escritor Paul Schrader rememora el proceso de parto para crear el guión de “Taxi Driver” (1976); pieza clave en el cine norteamericano de la década de los setenta, y a partir de la cual el mundo memorizaría los nombres tanto de Scorsese como de un joven Robert DeNiro. Cuando afirmo que para Schrader supuso un parto no es a la ligera. Travis Bickle (DeNiro) y la Nueva York degenerada que lo inspira a convertirse en su ángel vengador provienen de sus entrañas. De su fracaso y desolación; su rabia inarticulada, su amargura en cautiverio…de todo lo asqueroso que pasamos la vida transportando en el interior pero que carecemos de los suficientes testículos (u ovarios) para reconocer que es una parte de nosotros. Mucho menos cuando esa podredumbre define no sólo al individuo que lidia con ella, sino también a la sociedad con quién éste la comparte.

Al hablar sobre la película, muchos centran su atención en DeNiro, en la fotogenia de una puberta Jodie Foster fingiendo ser prostituta, en la fotografía de Michael Chapman que hace ver a la Gran Manzana más como el escenario de una película de horror que como una metrópoli; o en el angustiante último score compuesto por Bernard Herrmann (“Psicosis”, “Ciudadano Kane”) que bien podría tener una vida propia fuera del filme. Sin embargo, veo lo que hace especial  a “Taxi Driver” en el crudo sentido de urgencia con que fue concebida. Puedo imaginar a Schrader en esos días oscuros, atacando las teclas con la furia que sus circunstancias le permitían aún conservar; luchando por no olvidar cada herida psicológica que le pudiese ser útil en la búsqueda por traer a la vida algo doloroso pero  sincero. Sincero de una forma no apreciada en una actualidad donde se exhorta a neutralizar el veneno interno en lugar de aprender de él.

No me sorprendería que tres de cada cinco menores de 25 años en esta ciudad no conozcan “Taxi Driver”. Pero si alguno de ellos aprovecha la oportunidad de verla por primera vez y terminan conscientes de la introspección que sólo la miseria propia es capaz de brindarle a un ser humano, sería justo pensar que, en alguna parte de la imaginación de Schrader, Travis Bickle estará sonriendo. 

*Publicado el 19 de febrero de 2016 en "La Jornada Maya"

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