El inicio de algo suele ser también el anticipo de lo que vendrá.
Y sobre todo, de cómo vendrá. Es el
asentamiento de las reglas del juego. La puesta de las cartas sobre la mesa. Hoy,
en el primero de 365 días en este nuevo año, no puedo evitar reflexionar
alrededor de una pregunta muy comúnmente formulada por mis conocidos: “¿cuál
fue tu primera película?” Interrogante
compleja. Y no por no contar con una respuesta a la mano. Más bien debido a
que, en opinión de quién escribe, la pregunta merece reformularse: “¿Qué significó
para ti esa primera vez?”. En otras palabras, ¿qué significó “Fantasía” (1940)?
Tercer largometraje de animación producido en el denominado periodo
clásico de Walt Disney, conservo vagas y fragmentadas nociones de entrar en
contacto por primera vez con él gracias a una ahora caduca y humedecida copia
en Betamax a la que mi madre jamás olvidaba la religiosa costumbre de poner play en nuestro reproductor cada tarde; quizás
como una medida conveniente para mantenerme sumiso a mis precoces tres años. Como
es de suponerse, mis razones para amar ese filme particular a esa edad
particular distaban muy lejos de ser complicadas. Cualquier cosa con Mickey
Mouse, dinosaurios e hipopótamos bailarines hubiese sido recibida con mis dos
pequeños brazos abiertos.
Pese al prestigio del que goza actualmente, es fácil ignorar
la temeraria anomalía que “Fantasía”
representó tanto para su época como para el propio Disney. La idea de producir
no uno sino ocho cortometrajes animados con música al ritmo de una orquesta sinfónica
en un concierto didáctico filmado no le hacía gracia a su hermano Roy, quien
constantemente le recriminaba los costos cada vez más elevados de sus producciones.
En ese sentido, “Fantasía” debió ser
para él un autentico dolor de cabeza. Walt no quería una película; quería una
EXPERIENCIA. Motivo por el cual no escatimó en que la música fuese grabada en
múltiples canales de audio por medio de FANTASOUND; revolucionario sistema
de reproducción que lo convirtió en el primer filme en ser exhibido con sonido
estereofónico. Más aún, varias décadas antes de que el 4D corrompiese
trágicamente las prioridades del espectador promedio, Disney ya visualizaba la
posibilidad de impregnar las salas de cine con olor a incienso durante el
segmento final correspondiente al “Ave María” de Franz Schubert. Mucho más que
una serie de “caricaturas” unidas por piezas clásicas, parece que lo que
buscaba era crear una autentica pintura con sonido y movimiento. Una obra
artística por derecho propio; aquella que acabara de una vez por todas con la
idea de que el cine animado no tenía por qué ser tomado en serio. Tal vez fue
por eso que, en aras de inyectar “respetabilidad” a sus imágenes, decidió
complementarlas con ayuda póstuma de algunos de los más grandes compositores
conocidos a nivel universal. Quizás por esa razón se sintió con la confianza de
ir un poco más lejos de lo que se había permitido a sí mismo hasta aquel
entonces; mostrando en el primer corte original de “Sinfonía Pastoral” de
Beethoven a centauros femeninos con pechos visibles (suprimidos por el Código
Hays), o al Demonio Chernabog en el punto más álgido de su gloria satánica
durante el segmento creado para “Noche en la Árida Montaña” de Modeste Mussorgsky.
No puedo hablar por Walt Disney. Sin embargo, sean
cuales hayan sido sus motivaciones detrás de “Fantasía”, sospecho que mis propias motivaciones para recordarla no
han de ser muy diferentes. Nostalgia infantil, aventura creativa, riesgo
empresarial o campaña de redención, fue el comienzo de todo. Y en lo que a mí
respecta, fue con el pie derecho.
Publicado el 31 de Diciembre de 2015 en https://www.lajornadamaya.mx/2015-12-31/Los-ojos-de-la-bestia
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