Normalmente, soy escéptico respecto a las películas que el
80% de la gente en mi círculo cotidiano me recomienda. Sobre todo cuando dichas
recomendaciones vienen adornadas con insistencia, euforia, calificativos
absolutos y verborrea de cumplidos; hasta el punto de que siento la tentación
de preguntarme si quién me está hablando no será en realidad alguien pagado por
los estudios para facilitarles el acceso a mi cartera. Confío en el vox populi como Morrissey confiaría en
la invitación a una parrillada. Sin embargo, el fin de semana pasado decidí
hacer una excepción a mi regla. Convencido por comentarios de terceros, pagué
por entrar a ver “Deadpool”. Como espectador
extremadamente casual de la franquicia fílmica de Marvel, acostumbrado a leer
comics con la misma frecuencia con la que suelo cambiar de celular, no sabía realmente
nada respecto al personaje o a su historia. De no ser por los llamativos adjetivos
alrededor de la película (“Irreverente”, “acida”, “de-construccionista”),
difícilmente hubiera tenido interés en ella. Por el motivo que fuere, opté por
ser indulgente y darle una oportunidad. Ahora que lo hice, encuentro bastante
evidente el por qué de su entusiasta recepción entre la crítica y el público. Pero
por otro lado, también encuentro evidente lo peligrosamente cerca que nos
encontramos de atribuirle a tal éxito cualidades y precedentes inexistentes.
“Deadpool” es, en resumidos y muy simplistas términos,
la historia de un antihéroe. Un mercenario desfigurado, parlanchín, insolente,
violento, cínico y con una predisposición a romper la cuarta pared tan natural
como para que cada integrante de Monty
Python se sienta verde de la envidia. Muy poco heroísmo hallaremos en este
asesino a sueldo cuya motivación a lo largo de 108 minutos es satisfacer una necesidad
de venganza. Los héroes, según la sabiduría tradicional, deben luchar por un
beneficio más allá de ellos mismos. Deadpool no tiene reparo en mostrar el dedo
intermedio a la cara de tan noble ideal y las audiencias parecen amarlo por
eso. El tratarse de una producción con la problemática clasificación “R” (que
no permite admisión a ningún menor de 17 años sin la compañía de un adulto), un
presupuesto inferior al resto de sus homologas, un director primerizo y una estrella
cuya rentabilidad ya había caducado no hace más que seguir echando más leña al
fuego de su popularidad. Es el patito feo convertido en el cisne más cool de la temporada. Un Johnny Rotten
en un territorio plagado de Justin Biebers. El entusiasmo ha sido tal que
muchos incluso ya están profetizando una nueva era en las franquicias
cinematográficas de superhéroes. Algo que cambiará las reglas del juego y
establecerá pautas de “riesgo” y “subversión” para sus sucesoras. Una
suposición interesante que estaría dispuesto a creer si tan sólo la realidad no
fuese un poco más complicada.
Hollywood sólo es tan radical como sus propios contadores se
lo permiten. Desde el punto de vista empresarial, una clasificación “R” (al
menos en Estados Unidos) continua siendo más digna de temerse que de presumirse;
en tanto que limita el potencial de boletos vendidos entre el sector con mayor
tiempo de esparcimiento (los adolescentes), y por lo tanto, susceptible a pagar
por verla más de una vez. El caso específico de “Deadpool” puede que merezca ser percibido ante los ojos de los
ejecutivos como un pequeño precio a pagar, considerando los jugosos dividendos
que dicha concesión parece estar dando a manera de recompensa. Pero dudo que el
prospecto de que el mismo rayo vuelva caer, por más económicamente atractivo
que luzca, sea suficiente para animarlos a hacer de esta feliz coincidencia
algo más que un caso aislado. Por otro lado, ¿qué tan legitima puede ser la
reputación que la película está cosechando entre sus más apasionados defensores,
la cual insiste en pintarla como un producto irrespetuoso de la hegemonía mainstream tanto de Marvel como de la
Twentieth Century Fox, cuando ambas empresas son más bien cómplices de misma “burla”
por el mero hecho de haber aprobado su guion? ¿No será posible que nos estemos
riendo CON ellos y no DE ellos?
Disfruté mucho “Deadpool”
y celebro que otros hayan hecho lo mismo. Pero no perdamos nuestro sentido
de la proporción. Que un paciente haya logrado escapar del psiquiátrico no
significa que todos los demás ya se hayan apoderado del mismo.
*Publicado el 26 de febrero en "La Jornada Maya"
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