Hace dos semanas, participé como uno de los muchos ponentes
en una serie de pláticas didácticas organizadas por el colectivo “CINE CON”;
mismo que busca convencer al sector empresarial del estado respecto a la
viabilidad económica de una industria fílmica local, a través de una capacitación
intensiva de los inscritos a las platicas en las ramas productivas (dirección,
guión, fotografía, vestuario, etc.) Respaldado por el Instituto Yucateco del
Emprendedor (IYEM), pretende contribuir al surgimiento de condiciones en las que
todos los habitantes de la región con deseos de hacer cine puedan hacerlo no a
raíz de un mero “amor al arte”, sino en calidad de un sólido medio de vida. Desde hace diez o quince años, el interés por la actividad
cinematográfica en Yucatán, así como el numero de espacios técnicos para nutrirlo,
se ha ido incrementando. Cursos, talleres, seminarios, diplomados,
convocatorias y festivales se multiplican como si fueran Oxxos. Esto ocasiona
que preguntas anteriormente planteadas regresen con mayor insistencia: ¿Cómo consolidar una industria
cinematográfica en Yucatán? ¿Cómo formar a más y mejores cineastas? ¿De qué
manera liberar a quienes sueñan con llegar a serlo del estigma cultural asociado
a la profesión? Preguntas más que legítimas. Sobre todo considerando el innegable
impacto de Yucatán en la historia del cine mexicano; entre otras cosas, como responsable
del primer largometraje de ficción en el país (1810 o Los Libertadores de México, 1916).
Ciertas personas, dentro de la engañosa euforia de esta
abundancia, han declarado que dichos objetivos están en proceso de cumplirse; o
incluso que han sido cumplidos. Sin afán de ser aguafiestas, me declaro fuera
de tal grupo. No por oponerme al prospecto de una industria estatal propiamente
dicha, sino por considerar incorrecto el ángulo desde el cual se han planteado
las interrogantes para justificar la necesidad de que tal industria exista. El
“¿cómo?” debería más bien cederle espacio a “¿por qué?” ¿Por qué queremos una industria de cine? ¿Por qué capacitar y
reclutar a cada vez más jóvenes para que formen parte de ella? Y sobre todo… ¿Por qué tantos de ellos insisten en
dedicarse al cine?
Al igual que en cualquier vocación, sobra la gente que elige
el cine por motivos menos que congruentes. No diré cuales merecen ser vistas
como lo último. Pero las más comunes de ellas suelen materializarse en
respuestas del tipo “porque tengo historias que contar”, “porque necesito
expresar muchas cosas”; o mi favorita personal, “porque amo al cine”. En rara
ocasión me he topado con una motivación que, lejos de corresponder a idealismos
abstractos o pretensiones de auto - superación, denote una meditación profunda,
real y concreta alrededor de lo que esa persona espera que el cine aporte a su
vida; así como también de lo que ella espera aportar al mismo. Yo, por ejemplo,
amo las hamburguesas. Pero no por eso tendría el más mínimo interés en
ser gerente de un McDonald´s.
En 8 ½ (Otto e
Mezzo, 1963), cuando Guido Anselmi (Marcello Mastroianni) se ha
visto obligado a cancelar la realización del que iba a ser su próximo filme,
Carini (Jean Rougeul), crítico al que invitó a colaborar en el guión, le
asegura para consolarlo: Destruir es mejor
que crear cuando no creamos aquellas pocas cosas verdaderamente necesarias.
Teniendo lo anterior presente, albergo la diminuta esperanza de que tanto
candidatos a estudiantes de cine como gestores culturales y políticos desesperados
por un “Yuca-wood” no tomen ninguna decisión crucial a la
ligera o con el hígado. Que lo que sea que ellos luchen por brindar a una industria del cine en Yucatán, aunque no mucho, sea por lo menos
absolutamente necesario.
*Publicado el Viernes 21 de Octubre en "La Jornada Maya"
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