La semana pasada, el tráiler oficial del reboot de “Los
Cazafantasmas” (Ghostbusters), próximo a estrenarse bajo la dirección de
Paul Feig (“Damas en Guerra”, “SPY: Una espía despistada”) debutó en las
redes sociales. Esta nueva versión, inspirada en el homónimo filme de 1984 protagonizado
por Bill Murray, Dan Aykroyd, Harold Ramis y Ernie Hudson, es desde hace tiempo
objeto de muchas controversias. No sólo por la noción de atreverse a recrear lo
que para toda una generación constituye una reliquia sagrada de su infancia,
sino también por la decisión de incorporar a un elenco enteramente femenino. Muchos
aplaudieron este cambio por razones legítimas y otros lo abuchearon por razones
no tan legítimas. Pero lejos de ponerme a escribir desde uno u otro lado del
debate, prefiero consagrar mis líneas a intentar hablar en nombre de aquellos
con motivos para sentirse escépticos, pero que sin duda lo pensarán dos veces
antes de manifestar su punto de vista gracias a la tajante y despiadada fuerza detrás
de las “decisiones creativas” en este y otros productos hollywoodenses
recientes. Un espíritu al parecer demasiado poderoso como para ser retenido en
la más hermética cámara de contención diseñada por Egon Spengler: el fantasma de la corrección política. Y
peor aún, de una corrección política deshonesta.
Para quienes no ubican con facilidad el término, lo “políticamente correcto” se refiere a una clase de lenguaje, ideas o comportamientos concebidos para minimizar la posibilidad de ofender, deliberadamente o no, a determinados grupos étnicos, culturales o religiosos con una base primordial en el uso de eufemismos. Ejemplo claro de lo anterior sería el hecho de que cada vez es menos bien visto el término "retrasado mental"; prefiriéndose usar el desconcertante mote
de “persona con habilidades especiales”. Aplicado en las artes y la cultura,
comprendería el motivo por el cual “nigger”,
epíteto despectivo en inglés para referirse a un individuo de raza negra, fuera
removido en ediciones posteriores de “Las
Aventuras de Tom Sawyer”. Trasladado al contexto de la reflexión que hoy
nos ocupa, podría sernos útil para entender el por qué Disney terminó cediendo
ante las presiones de la Liga de Anti-Difamación Árabe-Americana para cambiar
el verso en una de las canciones de “Aladdin”
(1993), misma que originalmente hacía referencia a un acto de mutilación. Bajo
el mismo tenor, nos prepararía para no sorprendernos ni indignarnos ante la
noticia de que el siguiente capítulo en la nueva saga de “Star Wars” estuviese considerando
incluir a un personaje con orientación distinta a la heterosexual; o que, en
caso de llegar a producirse un remake
de “Tiburón” (1975), el antagonista
de la historia tuviese que ser no el tiburón mismo sino una empresa petrolera
cuyas actividades estuviesen poniendo en peligro a la vida del susodicho
depredador.
Me permito aclarar que la idea de tener no a “los” sino a
“las” caza fantasmas no implica para
un servidor molestia o incomodidad por sí misma; así como tampoco la de
inclusión sexual o de conciencia ecológica. No obstante, parafraseando algo que
mencioné en este mismo espacio hace un par de semanas, Hollywood sólo es tan
progresista como sus números y contadores se lo permiten. ¿Era importante,
desde una perspectiva creativa, alterar el sexo de los personajes? ¿Beneficiará
de algún modo a la nueva historia que esta versión pretende contar? ¿Ayudará a
que sea más graciosa? ¿Incluso (no me linchen) más que su antecesora de los
ochentas? ¿O, como de seguro es más probable, la película se ha puesto a sí
misma una innecesaria camisa de fuerza sólo para llegar más fácilmente a la
cartera de los milenials a través de
una falsa apelación a su sentido de indignación social?
He formulado preguntas obvias. Pero a veces ayuda partir de lo
obvio para poder señalar retóricamente otros puntos más pertinentes que la
euforia nostálgica en el pensamiento cinematográfico actual difícilmente
permite ver con ojos abiertos. En una industria apenas ilesa de la pasada
controversia racial en la Ceremonia del Oscar, donde la vida profesional de las
actrices rara vez va más allá de los cincuenta años y los actores latinos no
existen para la pantalla grande más que como indocumentados o narcotraficantes,
modificarle los genitales a cuatro iconos de la cultura pop y presumirlo como un acto de equidad, lejos de ser
políticamente correcto, huele más bien a hipócritamente desesperado.
*Publicado el 11 de marzo de 2016 en "La Jornada Maya": https://www.lajornadamaya.mx/2016-03-11/Los-ojos-de-la-bestia
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