La segunda edición del Festival Internacional de Cine en Mérida y
Yucatán (FICMY) acaba de concluir. Como parte de su oferta de largometrajes
tanto desde el formato de ficción como de documental, desfilaron trabajos con
innegable evidencia de ése “otro cine” rara vez suministrado por las cadenas
nacionales de exhibición. En ciertos casos, los asistentes incluso tuvieron oportunidad
de convivir con gente creativa detrás de dicho cine. ¿Cómo olvidar, por ejemplo,
la amena charla posterior a la proyección del Domingo 1er de mayo en Cinemex
Galerías del documental “El Charro de
Toluquilla”, en la que el susodicho del título, acompañado del director
José Villalobos Romero, cautivó a los presentes gracias a la actitud abierta y
desenfadada con que rememoraba su carrera artística, su vida como portador del
virus VIH y su relación con su hija pequeña; todo ello plasmado en la pantalla
con el mismo tenor? ¿O la entrañable presencia del primer actor José Carlos
Ruiz tras la presentación del sábado 30 de abril en Cinemex de la Gran Plaza de
“Almacenados”, adaptación de una homónima
obra de teatro y testimonio de lo que puede lograrse con el efectivo
aprovechamiento de dos únicas pero fuertes actuaciones; además de una sola
locación? Otro documental digno de mención sería “Nueva Venecia”; co-producción entre Uruguay, Colombia y México
bajo la dirección de Emiliano Mazza de Luca, mismo que nos introduce en las
tribulaciones de una aldea que vive rodeada por las aguas de la ciénaga
colombiana de Santa Marta. A pesar de que el audio de la copia exhibida el
mismo Sábado 30 (justo antes de “Almacenados”)
fue víctima de un desfase sincrónico, esto no impidió que el reducido número de
espectadores reunidos mostrase agradecimiento hacía Mazza de Luca por abrir una
ventana con vista hacía otras voces y otros pueblos más allá de de la
península. “En ese sentido, que haya habido diez personas en la sala ya es un
milagro” – me comentaba ese día el director – “Lo siguiente sería que el cine
no hollywoodense, el cine puramente artesanal, pueda salir a la calle y estar lejos
de los centros comerciales. Hemos perdido algo con el público y a festivales
como éste le corresponde armar la lucha para intentar recuperarlo”.
Las palabras de Mazza de
Luca resuenan aún en mi cabeza. Sobre todo considerando el slogan figurando triunfalmente en la página oficial del FICMY: “EL CINE ES DE TODOS”. Dejo reservado el
análisis final alrededor de qué tanto el festival logró estar a la altura de
dicho lema para otros con una mayor perspectiva (por otros compromisos, no pude
asistir a todos los eventos y/o proyecciones). Sin embargo, aprovecho al mismo
festival como punto de partida para un duro cuestionamiento sobre lo que un
acontecimiento con sus características y dimensiones debería significar para un
estado que hace poco demostró estadísticamente ser el tercero a nivel nacional
en consumo cinematográfico. Pero sobre todo para aquellos que no podemos darnos
el lujo de no tomar al cine lo suficientemente en serio. Para quienes, muy lejos
de una simple afición, moda o capricho, constituye una verdadera filosofía de
vida que esperamos compartir y expandir con ayuda de otros.
Actualmente hay en México tantos festivales de cine como géneros y
películas. Mientras
que en 2000 el Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE) registró un total
de diez, para 2014 se habían contabilizado poco más de ciento tres. Cada uno creado
por variadas razones. Algunas correctas, otras necesarias, muchas
intrascendentes y algunas otras más abiertamente cuestionables. No obstante, un
elemento que las vincula con frecuencia se materializa en dos fenómenos a los
que, hasta donde conozco, suelen ser propensos. En primer lugar, la mayoría no contempla
como prioridad a la formación de nuevos públicos. No me refiero a formar
expertos o eruditos, sino a satisfacer la inquietud por conocer, entender y
pensar cada vez más en torno al cine. Citando al periodista y crítico Alberto
Acuña Navarijo en el documento “ABCD Festivales” distribuido como parte del
Cuarto Encuentro de la Red Mexicana de Festivales Cinematográficos en 2015, “el glamour
y la frivolidad como protagonistas, el desdén y el espíritu aspiracional de
cosmopolitismo como banderas es lo que ha distinguido a los certámenes más
famosos y longevos. Por su parte, los catálogos grandilocuentes impiden
conectar con un espectador (sobre todo uno muy joven), ávido de propuestas
vanguardistas y radicales.”
Por
otra parte, la segunda tendencia viene en muchos aspectos de la mano con la
primera. Puesto que se concentran nula o parcialmente en atender dicha
formación a comparación de los intereses específicos en el sector productivo e
industrial, tanto asistentes como organizadores de un festival dejan en segundo
plano aquello que los convocó en primera instancia: las películas. Más que para
verlas, se trata de un espacio para hablar sobre ellas; muchas veces en calidad
de tramite o negociación. Nada malo por sí mismo, desde luego. Sin embargo, la
palabra “festival” posee también la
obligatoria connotación de “fiesta” o “celebración”. Por lo menos desde perspectiva de quién escribe,
más allá de conformar un mero terreno para transacciones y desarrollo de
talentos, debemos aspirar a la visión de uno que no necesite de mayor razón
para existir que el celebrar al cine y lo que este significa para nosotros en
cuanto a sociedad yucateca, mexicana y humana. Sólo cuando empecemos a luchar
por llevar a la práctica dicha visión, sea por medio del festival recién
concluido o cualquier otro que se origine a partir de él, contaremos con
elementos para saber si en verdad todos estamos invitados a la fiesta.
*Publicado el 6 de mayo de 2016 en "La Jornada Maya": https://www.lajornadamaya.mx/2016-05-06/Los-ojos-de-la-bestia--por-Manuel-Escoffie
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